«Que quieras o que no quieras

hará la fiera lo que le manden»

(Lola Flores. «Coplas de Antonio Ordóñez»)

Sostiene Castedo muchas cosas, que en su camino entre la lástima y el ridículo, viaja entre el silencio y la palabrería: mutismo en lo que debe decir, facundia en lo que haría bien en callar. Que un 50% de lo que ha dicho esta semana sean insultos o amenazas retrata con vehemencia un estado de ánimo que desea trasladar a la ciudad. Ha perdido la ciudad, no está, para ella, ni en el «village» ni en los parados crecientes ni en el recorte presupuestario en gastos sociales. Del Ayuntamiento sólo se habla como cueva de ladrones y, si acaso, de unos monumentos a la propia desmesura: setas mugrientas y metafóricas.

Sostiene Castedo que Ikea se irá a Elche y nos echaremos las manos a la cabeza. ¡Triste fantasma! ¡Elche, Elche, todavía Elche! Como críos timoratos debemos temblar en lágrimas. Como adultos adulterados rasgarnos las vestiduras en el oprobio. No advierte Castedo que tan repetida y vana ocurrencia sólo puede comprenderse en una ciudad que arme su sentido de la dignidad en torno a la confrontación con «otros». Pero no aquí. Ahora ya no. Pues ella -y Ortiz y Alperi- son la palabra que representa la pérdida de dignidad. Son «los otros» de nosotros. Todos respiraríamos felices si ellos se fueran a vivir a Elche, por ejemplo. ¿Y si pasara? Aparte de la ruina de su amigo Ortiz -ruina relativa, no temamos-, ¿encontrará Ikea ganas de empezar otro lance con gente de la calaña que aquí ha conocido?, ¿cuántos años lleva de trapicheo disfrazado de gestión administrativa?, ¿encontrará en Elche similares estímulos? ¿por qué no se fue antes? ¡Menos lobos Castedo, menos picudo! Ya está bien, que cuando no habías nacido, aquí ya asustaban a los niños con Elche. Esa ha sido nuestra mayor tontería, la que más cara seguimos pagando. Y tú, en tu indigencia argumentativa, te empeñas en fomentar pesadillas. Bravo, líder.

Sostiene Castedo que no se sostiene, que se cae. Argumenta, lastimera y autocompasiva, que si no fuera inocente, ¿cómo iba a estar aguantando todo lo que aguanta? Y es que está en guerra con la realidad y la realidad le va ganando por goleada. No advierte que tan feliz tesis admite perfectamente que se le dé la vuelta: ¿aguantaría tanto alguien que no fuera culpable? Sólo el culpable preferiría estar conservando algunas ventajas derivadas de tener un cargo político relevante y, a la vez, de poder contar con exiguas tropas de palmeros. No las necesitaba cuando sacó 18 concejales? ¡y las activo!... ¿Qué no necesitará ahora? Ciudadana de a pie, como se dice, entre ella y la condena sólo estaría el vértigo.

Sostiene Castedo una teoría de la dialéctica inocencia/culpabilidad interesadamente confusa. Ya no sabemos de qué habla cuando habla de inocencia y culpa: ¿penal?, ¿política?, ¿moral? Mezcla todas y se absuelve, porque el derecho corre en dis-culpa de su fracaso político, la política en perdón de sus presuntas infracciones y la moral indulta en todo a quien todo lo hizo por valores que circulan entre la amistad, el aprecio al maestro y el bien abstracto de una ciudad a la que confunde con unos poderes fácticos perdonavidas y unas señas de identidad banales. Se cree inocente. Yo le creo cuando ella se cree inocente. Allá ella. Y vuelve, hámster prisionero, a decir que la prueba de todas las pruebas es que no se ha podido demostrar que Ortiz sacara beneficios del PGOU. ¿No bastaría, conocidas las cifras, con la exclusión del PGOU del Plan Rabassa?, ¿le parece poco? ¿Y qué hay del rediseño de la zona del Rico Pérez?, ¿y la preparación de la urbanización de la Condomina cuyo suelo estaba siendo comprado masivamente? Indicios, sólo indicios, vanos indicios, me contestaría, si quisiera debatir públicamente. Pero indicios que pueden llegar a constituir, en su conjunto, prueba penal. Presunción de inocencia: ¡sí!, siempre, hasta el fin de los tiempos. Pero presunción de culpabilidad política y ética: el mismo acceso a su persona, a su teléfono, a su entorno técnico, es descalificatorio para poder seguir como Alcaldesa. Porque, una de dos: o sólo Ortiz tiene ese trato y, entonces, se raja de parte a parte el espejo de la democracia o lo tiene cualquiera -usted, yo, los trabajadores de Ortiz, los parados, los excluidos- y entonces la ciudad no es viable: es el caos, un puzzle en el que no ajustan las piezas.

Sostiene Castedo, inaugurando la Volvo de nuestras bendiciones, que en el pasado, presente y futuro, los grandes eventos son una «apuesta». Contaminando el lenguaje, revela su concepción de la acción política y de la economía: un casino, en el que, a veces se gana, a veces se pierde. O, mejor dicho: un casino en el que invariablemente ganan los mismos, porque avezados croupiers siempre susurran al oído de los Jugadores Preferentes el número que va a caer. También «apuesta» por Ikea. Todo grande, todo aparente. Lo de una época pasada. Es -aún- la Alcaldesa de las burbujas explotadas, de lo que hizo crisis, de lo que es la crisis y sus desventuras. Nada de ciudad sólida para avanzar poco a poco, sin prisas pero sin sobresaltos palermitanos.

Sostiene Castedo, en el mismo marco incomparable, con supuesto gracejo, que si lloviera le echarían a ella la culpa -¿penal, moral o política?, no lo aclara-. Se equivoca: de lo que se le echaría la culpa, si fuéramos tan frívolos como ella, sería de la pertinaz sequía. Porque es significativo: le preocupa el deslucimiento de un acto de relumbrón -venido a menos por su culpa, presuntamente-, pero no las causas de debilidades insostenibles. Somos malos, somos, incluso, un pelín crueles: pero damos en pensar que si de ella dependiera y se lo pidiera quien se lo debe pedir, aquí llovería más, o nos sumergiríamos en una sequía para siempre, depende: ese relativismo inducido es la clave de los gobiernos del PP.

Sostiene Castedo que «ManoleteManoletesinosabestorearpaquetemetes». Y al decirlo, con un arrastre chulesco de las vocales que mancilla la venerable Casa de la Ciudad, reconoce que ella sí, que ella sí sabe hacerlo, que cuando ese empresario paga viaje, ella sabe cómo comportarse y, además, se lo merece. Sólo que no sabe: sabía. Pero aún no se ha dado cuenta de que se le acabó ese tiempo. De eso es de lo que es culpable.