La que se cierra no ha sido una buena semana para los españoles. Una vez más, hemos tenido que leer en los periódicos que una especie de delincuentes de cuello blanco metidos en «la pomada» parece que nos han estado atrancando durante años. Sin pudor y sin límite. Chorizos y chorizas (cada vez menos presuntamente) que, en traje de chaqueta, han vivido por encima de sus posibilidades (ellos sí)? y de las del resto. Resulta que unos supuestos cleptómanos vivían sin remordimiento en una orgía del gratis total mientras a los españolitos de a pie nos daban lecciones de austeridad, nos recortaban el sueldo o nos desahuciaban. «Gasta sin límite, que paga la banca». Y, en este caso, el del no rescate, la banca era el pueblo. Que lo sepa: usted y yo hemos puesto a escote los 15 millones de euros que ellos y ellas han disfrutado. Lo de Bankia, y no lo de los cruceros, ha sido el todo-incluido «comme il faut».

Les voy a ser muy sincera: tengo un cabreo y una rabia mayúsculos. Imagino que no soy la única. Primero, porque me siento asaltada, estafada e impotente. Segundo, porque creo que me siguen tomando el pelo. Las sobre actuaciones de algunas organizaciones y formaciones políticas, como PSOE, PP e IU, que estaban metidos en este podrido sistema, ya no me valen: me producen un cierto asco. Si tanto rechazo les provocaba todo este infame montaje, que lo hubieran denunciado antes, cuando supuestamente algunos de los suyos se beneficiaban de él. Nadie mejor que los Consejeros para saber lo que pasaba en las Cajas de Ahorro. Para eso estaban, ¿no? Tercero, porque lo más triste es el cómo y el porqué están saliendo a la luz muchos de estos casos de corrupción. No sólo este.

En una democracia normal, en una democracia con una mínima calidad, el Estado, a través de la Fiscalía, la Abogacía del Estado, el FROB, la CNMV o el Banco de España, debería liderar la lucha contra la corrupción. Las instituciones nacidas para velar por la integridad de nuestra sociedad tendrían que haber movido Roma con Santiago para promover las investigaciones que desmontaran la impunidad de ciertos personajes y que nos protegieran ante tropelías como las de las preferentes.

No ha sido así. Los órganos de fiscalización que nos hemos dado han estado quietos, sin actuar ni mucho ni bien, hasta que no han podido más. Una de dos: o han sido inútiles, con lo que hay que exigirles una responsabilidad, o los propios partidos políticos que participaban del sistema los han tenido neutralizados, con lo que cabría exigirles todavía más.

Desengáñense: los casos de corrupción que nos están estallando lo han hecho en su mayoría por serendipia o por tesón. En unas ocasiones, como en el caso Pujol, casualidades o disputas de faldas han llevado el tema gracias a particulares a los juzgados. Y no se ha podido silenciar más. En otras, como en el caso Bárcenas, ha sido la insistente denuncia de la prensa quien ha provocado que se abordara el tema. Y, en un tercer grupo, han sido las acciones judiciales de algunos partidos políticos, en concreto UPyD, las que han obligado a tirar de la manta. Ante la inacción del Estado, con mucho esfuerzo y tesón, cuando no lo hacía nadie y casi se reían de ellos, esta formación política se puso a denunciar no sólo Bankia, sino también el rescate financiero encubierto de Navarra, los nombramientos del Consejo de Seguridad Nuclear o el reparto partidista del Consejo General del Poder Judicial.

Algunos amigos eruditos que tengo me dicen que la judicialización de la política no es buena y que este tipo de denuncia no es labor de los partidos. Y yo estoy de acuerdo. En una democracia normal los políticos están para hacer política no para presentar querellas. Pero, está visto que nuestra democracia no ha sido normal y, sinceramente, agradezco mucho a «esos frikis magentas» que lo hayan hecho. De no haber sido por ellos, por algunos particulares y por algunos medios, la mayoría de mortales seguiríamos pensando que España va bien, que ciertos señores son «molt honorables» y que a este país (en el que la crisis sigue actuando) le están saliendo brotes verdes. De no ser por estas cosas, podríamos incluso llegar a pensar que regenerar la democracia es hacer buenos discursos en la tele, ni tan siquiera en el Congreso.