A nadie le amarga un dulce y, por ello, entiendo que más de uno ande regocijándose con la bajada de impuestos que nos han prometido. Y es que hay gente que, de tan inocente, tiene ganado el cielo. Según parece, la renta a pagar por los valencianos en 2015 bajará entre 280 y 450 euros por cabeza. Menos da una piedra. La medida sería de agradecer -a priori, ojo- sino fuera porque viene acompañada de una revisión catastral que hace prever nuevos mazazos en los tributos locales. Era de esperar la aparición de algún aguafiestas. En cualquier caso, siempre es bienvenida una rebajita fiscal, por más que parezca un tanto mísera si la comparamos con el esfuerzo que venimos realizando en los últimos años. En fin, algo es algo.

Ahora bien, me asaltan algunas dudas ante esta suerte de «pedrea» que, quizás no de manera casual, coincidirá con el periodo electoral. Dicen que éste es el primer resultado palpable de la recuperación económica. En otros términos, que si nos aprietan menos la soga es porque el país -o, en concreto, la Comunidad Valenciana- va viento en popa. Y, por más que así me gustaría creerlo, hay algunas cifras que obligan a poner en duda una visión tan optimista. O, cuando menos, que realmente haya llegado el momento de repartir dividendos. Les expongo mis reparos.

Si todo va bien -que no lo dudo- cuesta entender cómo es posible que el 24% de los valencianos siga viviendo por debajo del umbral de la pobreza. O que cerca del 60% de los menores de 25 años no tenga trabajo ni lo busque y que, entre quienes lo intentan encontrar, la mitad no lo consiga. Aunque a estas alturas de la legislatura todo dato es de dudosa procedencia e intención, permítanme que no ponga éstos en tela de juicio. Ni la Universidad Cardenal Herrera, ni Cáritas, ni la Fundación FOESSA creo que tengan interés alguno por dar una imagen distorsionada de la realidad. Las tres entidades nos han comunicado estos datos, en un informe realizado conjuntamente, hace apenas una semana. Así que no se trata del habitual recurso al pasado, sino del fiel reflejo de la situación más actual.

Insisto, puede que estemos despegando pero no da la impresión de que hayamos levantado el vuelo todavía. Cierto es que la tasa de paro ha mejorado ligeramente en el último trimestre. La Encuesta de Población Activa (EPA) nos indica que, en la Comunidad Valenciana, el desempleo se sitúa en un 26,2%. Es un dato que mejora ese 28% que fue habitual durante 2013, pero aún queda muy lejos del 9,6% con el que iniciamos la crisis económica hace seis años. Si a esto le añadimos que el poder adquisitivo de los valencianos se ha reducido en un 21% desde 2008, hay que ser muy incauto para creer que el problema está cerca de ser solucionado. A lo sumo, una nueva versión de los «brotes verdes» que hiciera famosos Rodríguez Zapatero.

Así pues, las necesidades sociales siguen siendo abismalmente más elevadas que al inicio de la crisis. Parece, por tanto, que no es momento de silenciar las alarmas sino de incrementar los medios para combatir la crisis. A quienes consideramos que un país, o una comunidad autónoma, es algo más que una bandera y una lengua, se nos hace difícil conjugar la disminución de los impuestos con el hecho de que carencias sociales tan importantes se perpetúen. Si realmente no hay trampa y la rebaja es tal -vaya, si no se compensa con otros tributos- no entiendo cómo puedo alegrarme de aportar menos al fisco, a sabiendas de que uno de cada cuatro valencianos es pobre. No creo en esa redistribución de la riqueza, ciertamente poco humana.

Por otra parte, antes de dar por zanjada la crisis y disminuir el esfuerzo fiscal, sería deseable que los recortes en servicios públicos esenciales -como la sanidad o la educación- fueran revertidos, devolviendo estos sistemas de protección social a su estado previo. Cuando así sea, podremos afirmar que se ha dejado de exigir sacrificios, pero nunca antes. La verdadera privación que seguimos sufriendo cada día no son esos doscientos o trescientos euros de impuestos de más, sino ver cómo se mantienen los hospitales a medio gas o la vergonzosa conversión de los centros escolares en saunas infantiles. En conclusión, si realmente hay interés en recuperar los derechos que se han ido perdiendo, al tiempo que seguir afrontando las necesidades que emanan de la pobreza y el desempleo ¿cabe realizar una rebaja de impuestos en estos momentos?

Es comprensible que uno ya esté harto de pagar tantos tributos. En especial, esa sufrida clase media que vacía el bolsillo y a duras penas recibe algo a cambio. En lo que a un servidor respecta, las arcas públicas se llevan íntegramente los rendimientos de cinco meses de trabajo cada año. Y, sin embargo, no comparto la decisión de rebajar el IRPF. Simplemente, no creo en la cuadratura del círculo. Si no partimos de una balanza equilibrada entre ingresos y gastos, dejarla al arbitrio del azar no parece ser la medida más coherente. Puede que los euros que se ahorran por aquí, generen riqueza por allá. Pero cuesta creer que este supuesto efecto beneficioso sea tan cortoplacista como requiere la situación.

Necesito que alguien me explique cómo diablos vamos a mantener el bien común, si los gastos -imposible recortarlos más- siguen estando por encima de los ingresos y estos disminuyen con rebajas fiscales ¿Haremos circular el dinero y se estimulará el consumo? ¡No me jodan! ¿Alguien espera que esos eurillos se destinarán a comprar cualquier cosa o salir a comer con la familia, mientras el IVA se mantenga al 21%? Me recuerda al cuento de la lechera. Antes acabarán destinados a pagar los crecientes impuestos locales, los de la energía o, en el mejor de los casos, a reducir la cuota de la hipoteca. Y, ya que hablamos de recortes ¿cómo vamos a mantener los mismos servicios -ya minorados en exceso- recaudando menos? En esta Comunidad no estamos en condiciones de perder ingresos públicos por valor de cerca de 300 millones de euros, mientras seguimos exigiendo -con más razón que un santo- los mil millones que anualmente nos birla el fatídico sistema de financiación autonómica.

Ni se me ha ido la pinza, ni me opongo a disminuir la presión fiscal. Muy al contrario, bienvenida sea. Eso sí, antes deberíamos haber encontrado la manera de redistribuir los gastos de un modo más ajustado a las necesidades. Pero me temo que los tiros no van por ahí.