os que estudian estadística suelen bromear diciendo que esta es la ciencia que demuestra que si yo no tengo coche y mi vecino tiene dos, uno es mío. Ampliando el foco y hablando de números en general, escuché en cierta ocasión a un catedrático de economía decir que éstos, los números, convenientemente torturados pueden llegar a decir lo que queramos que digan. Cada año me acuerdo de estas cosas, cuando se presenta el proyecto de presupuestos del Estado. Dependiendo quién los comente, los presupuestos dicen una cosa y la contraria. Se puede generalizar, si conviene o poner el acento en cuatro cuestiones de detalle adecuadamente escogidas. Siempre hay argumentos para defender cualquier tesis.

Dejando al margen las cuestiones macroeconómicas, donde parece que mandan los imperativos de pintar un recorte del déficit -que ya veremos cómo acaba al final del año- y una bajada del impuesto sobre la renta -por razones electorales-, es normal concentrar nuestra atención en las diferentes partidas de gasto. Es el consabido «qué hay de lo mío», que nos empuja a juzgar con más detalle lo que directamente nos afecta. Como, finalmente, el presupuesto es un juego de suma cero, donde lo que algunos reciben de más minora lo destinado al resto, siempre acabamos mirando de reojo al vecino, para valorar nuestra situación en comparación con la suya. Los agravios comparativos constituyen un excelente combustible para la agitación política y los presupuestos son un terreno propicio para descubrirlos. Así que, escojan ustedes el agravio que más les convenga. Suele ser cuestión de ideología o de intereses.

Por citar un ejemplo, algunos han puesto el acento en la torpeza que supone que el peso de las inversiones por habitante en Cataluña no se equipare a la media del Estado, con la que está cayendo. Siempre he dudado del valor de territorializar las inversiones pues, al fin y al cabo, para que el AVE llegue a Murcia hacen falta las inversiones que se están haciendo en Alicante, que es otra Comunidad. De igual modo, para que los madrileños gocen de algunas mercancías hace falta gastar en los puertos. Pero, como en vez de hablar de proyectos útiles para el conjunto, lo que obliga a descender al detalle y valorar cada uno de ellos, hemos preferido el recurso fácil de destacar lo que se gasta en cada territorio, volvemos a tener encima de la mesa otro argumento para airear el problema de los agravios comparativos. En el peor momento.

Me perdonarán pero a mí me ha dado por fijarme en otros agravios comparativos. El lunes, Cáritas hacía público un Informe que cifraba en 2'5 millones las personas que se encuentran en riesgo de exclusión social en España. La cifra se ha incrementado en 600.000 en 2013, respecto del año anterior, lo que da una idea de la dramática evolución de la crisis económica. El estudio elaborado por el CEU Cardenal Herrera, Cáritas y la Fundación FOESSA, dado a conocer igualmente esta semana, establece en 1.170.000 los valencianos que tienen un nivel de renta inferior al umbral de la pobreza. De éstos, 440.000 serían alicantinos. También señala que 495.000 hogares valencianos se encuentran en riesgo de exclusión social, lo que supone el 12'9% del total de hogares en esa situación, para el conjunto de España. Como representamos algo más del 10% de la población del Estado, es evidente que tenemos una situación social mucho más deteriorada que la media. Es el agravio entre agraviados, hablando siempre de personas, no de territorios.

De acuerdo con el proyecto de presupuestos, los gastos sociales van a aumentar un 0'7%, cifra que coincide con la de la inflación prevista, lo que quiere decir que no habrá aumento real en esa partida de gasto. Incluso en capítulos tan sensibles como el destinado a la atención a la dependencia se produce un ridículo aumento del 0'04% nominal, lo que supone una disminución real de los fondos disponibles. Esto es lo que hay: los problemas sociales se agravan mientras se recortan los fondos públicos destinados a resolverlos.

A mí me parece que aquí se está produciendo la auténtica fractura de España. Estamos permitiendo que se consolide un grupo humano cuya deriva hacia la marginalidad económica y social es más que evidente. La crisis les está golpeando de forma mucho más dura que al resto, como pone en evidencia el dato de que el 25% de la población con menores ingresos disponía en 2007 del 11% de la renta, mientras que en 2013 sólo dispone del 9'7%. No hablamos de cifras absolutas, hablamos de porcentajes sobre un total que también ha disminuido, lo que avisa de la existencia de un proceso de empobrecimiento pavoroso. Si no revertimos la situación, en poco tiempo muchas de estas personas vivirán en la frontera exterior de unas relaciones sociales que se puedan calificar como mínimamente normalizadas. Vivirán marginados de la vida económica o de cualquier clase de participación política. El problema, además, es que estas situaciones no se revierten fácilmente cuando cambia la coyuntura económica. Una infancia en la marginación, sin una educación o una asistencia sanitaria decentes, marca completamente el desarrollo y la vida de una persona. Lamentablemente, detrás de estas cifras hay demasiados niños.

Ya sé que en los presupuestos, como en la vida, tiene que caber de todo, pero hay cosas que están al límite. Yo prefiero hablar de ellas. No es que haya que abandonar otros enfoques, que tiempo y gente tiene que haber para todo. Es, simplemente, que a mí me llegan más estos problemas que los derivados de sentimientos identitarios que se sienten agredidos y me parece que se habla mucho más de estos últimos. Será cuestión de ideología.