A veces, simplemente, sucede. Nada avisa de que está a punto de finalizar la vida que esos padres deseaban, las que los llevó a buscar el embarazo y anunciaba ese test positivo. A veces sucede, y de repente aparece una mancha de sangre, unos días de reposo y después un torrente por el que se aleja ese hijo querido y esperado. A veces simplemente sucede, y en la ecografía no encuentran el latido del pequeño corazón, y la madre tiene que parir a su hijo muerto; y el padre tiene que volver al trabajo al día siguiente. A veces, sin saber porqué, sucede, y un bebé muere en el proceso de su nacimiento o al poco de haber nacido, y nadie puede creer lo que ha pasado porque todos lo esperaban con los brazos abiertos.

Todos sabemos que estas situaciones, aunque desagradables e indeseables, son relativamente frecuentes. Sin embargo, en nuestra sociedad tenemos auténticas dificultades para abordarlas.

Por un lado, si la pérdida es muy tardía parece que fuera la primera vez que ocurre en la historia de la humanidad, pues todos nos quedamos descolocados. Si bien es absolutamente normal e inevitable en los padres y demás familiares parece que no lo fuera tanto en los profesionales sanitarios que tratan día a día con estas cuestiones. No es extraño encontrar familias que relatan que quienes les atendieron el día de su pérdida no sabían qué decir ni dónde meterse. No suele haber nadie que ofrezca sostén, que cuide los tiempos y asesore desde el respeto a esos padres para que puedan tomar las decisiones oportunas en un momento en el que parece imposible tomarlas, decisiones que serán fundamentales para que atraviesen el duelo de forma adecuada.

Pero si la pérdida es temprana, la sociedad nos empuja a negar su importancia. Y muchas parejas cuentan cómo sus amigos o familiares les decían que era mejor ahora que después, que era algo normal y que pronto tendrían otro hijo. Frases que no contribuyen al bienestar de quienes acaban de pasar por un aborto.

En ambos casos se trata de una muestra de nuestra incapacidad como sociedad para mirar la muerte y aceptar el dolor que genera; incapacidad para pensar con seriedad qué podemos hacer cuando llega y sobre todo cuando llega tan pronto. No se trata, por tanto, de culpabilizar a los profesionales sanitarios, sino más bien de comprender que muchas de las actitudes que algunos manifiestan reflejan los modos en los que nos comportamos culturalmente respecto a estas pérdidas. No se trata de que quienes emiten esas frases no estén intentando consolar a los padres, sino de que tal vez no son los modos más apropiados.

Por eso este año Alicante, Madrid y Barcelona nos volvemos a unir bajo el lema «Escuchar la pérdida» para celebrar la jornada por la visibilización social de la muerte gestacional y neonatal.

Escuchar la pérdida para legitimarla y decir que aceptamos que quien pierde un embarazo deseado está en duelo, fuera de pocas semanas o un embarazo a término. Para que esos padres puedan escuchar la tristeza de saber que ese bebé esperado ya no crecerá junto a ellos y poco a poco, desde ahí, reconstruirse.

Escuchar la pérdida para decir, también, que queremos una atención sanitaria humanizada en la que se cuiden los detalles de cómo y dónde se comunica la muerte de un bebé en el seno materno o recién nacido. Que se tengan en cuenta las dificultades que se presentarán en la gestión de la pérdida, las que tendrán los padres y las que generan los trámites que exige la sociedad. Para que alguien brinde sus conocimientos y su humanidad a quienes están viviendo una de las situaciones más difíciles de su vida. Pero por ello también una atención sanitaria en la que se cuide a los propios profesionales, para que puedan ser «humanos», para que puedan reconocer su dolor y su impotencia ante determinadas circunstancias sin que ello invalide ante los demás sus conocimientos y su saber hacer.

Sin embargo, si la pérdida debe ser escuchada por quienes la viven y por el resto de la sociedad es sobre todo para proporcionar una despedida digna a esos seres que se van. Porque ya eran hijos, sobrinos, nietos. Despedirlos físicamente si es posible y así lo desean los padres, teniendo acceso a sus restos y dándoles opciones para que puedan hacerlo como ellos quieran. Pero despedirlos también aunque solo quede un vacío inmenso en el cuerpo y el corazón. Simbolizar la pérdida y proporcionarle un lugar en la propia historia, para evitar la confusión de ese bebé con otros deseos, con otros hijos, y que la herida pueda empezar a cicatrizar.

Mañana domingo, 5 de octubre, en el edificio El Claustro de 11.30 a 13.00 horas. Más información en www.jornadaduelo.educer.es.