Alberto ha vivido en una contradicción tanto externa como interna durante su extensa vida política, que comenzó quizás demasiado joven asumiendo cargos de responsabilidad. La particular, queda en su intimidad familiar y es a él y los suyos a los que únicamente interesa. No obstante, en ese núcleo fue donde pudo verificar las primeras posiciones contradictorias, o al menos discordantes, incluso de aquellas que cuando se rozan chirrían al rechazarse, al no encajar en lo primordial. Su padre José María, fue detenido y pasó un tiempo en Carabanchel por su oposición al régimen franquista. Su suegro, José Utrera Molina, fue ministro franquista y secretario general del movimiento. Quereres a personas antagonistas en la vida pública, en su visión de la España a construir. Primeros interrogantes, primera de las paradojas que el destino le tenía preparadas.

Currículum académico sobresaliente, licenciado en Derecho como su padre, su carácter y presencia distaron mucho de su progenitor. Aquél, campechano y cercano, Alberto de dicción y tic pijos, propios de su posición social, y cuidadoso al máximo de su indumentaria. Bajo la tutela de Fraga, su predecesor en la Secretaría General fue Vestrynge, da sus primeros pasos por la política, y se hace un hueco como edil en el Ayuntamiento de Madrid, para acabar conquistando la Comunidad gobernada por Leguina, tras un intento anterior frustrado por un tránsfuga. Luego vino la Alcaldía y sus primeros y graves enfrentamientos con Aguirre.

Fue en aquellos tiempos, cuando empezó a granjearse desde sectores próximos a la izquierda, y medios de comunicación afines, una vitola de progresista, que le presentaba como único político de derechas capaz de aunar voluntades en uno y otro lado del espectro político. Fue mimado por el progresismo de tal manera que en ocasiones él mismo parecía no saber por dónde caminar dentro de su partido. Verso suelto que decía caminar en ese centro escorado que todos quieren conquistar, asumió su minoría en el Madrid popular de Aguirre.

Pero las esperanzas que gran parte del progresismo y sectores del socialismo tenían depositadas en él, se fueron al traste cuando Ruiz Gallardón asumió la cartera de Justicia, y además de enmarañar más si cabe la elección de los miembros del Consejo del Poder Judicial, se comprometió a llevar adelante la reforma de la ley del aborto. Craso error personal que posibilitó que los que creyeron ver en él a un paladín del progresismo, se les cayera la venda de los ojos y lo calificaran de prototipo del sector más conservador de los populares. Encontrado apoyo dentro de su partido únicamente en sectores de tipología similar al tea party de los republicanos de EE UU, quizás haya quedado al descubierto su verdadera visión de la política y el tratamiento a dar a los asuntos que más interesan a la sociedad.

Quiso ser progre, siendo su alma de conservador, se dejó querer por los de fuera al comprobar que dentro recolectaba más rechazo que simpatías. Fueron tantas veces las que hizo requiebros a la dimisión y abandono de la política, que ahora que lo ha llevado a cabo sigue despertando dudas la confirmación hasta que pase un tiempo prudencial. La antinomia le ha perseguido durante su carrera, y seguramente ha sido fundamental a la hora de desnudar políticamente al personaje, dejando ver su verdadera alma conservadora y su ficticia posición ante las cámaras cuando socialmente llegó a ser el político mejor valorado. Extraño caso el de Ruiz Gallardón y su sosias Alberto.