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Matías Vallés

Rajoy deja ir a Cataluña

Un tembloroso Artur Mas entró ayer en la historia planetaria de un garabato. Navegante solitario ya que le complacen las metáforas náuticas, el president catalán colocó de buena mañana la palabra «desafío» en la portada digital de las cabeceras internacionales más reputadas. El anuncio colosal, en apretada competencia con los fastos prenupciales de George Clooney, exigía una contundente respuesta de Mariano Rajoy. La hubo, al reseñar «el lío en que se mete» Mas. Costará encajar este manifiesto en los tratados históricos.

Rajoy se siente tan alejado de Cataluña en Pekín como en Madrid, siempre la trata de usted. Frente al «desafío» universal planteado por Mas, el presidente deja ir a Cataluña. En la misma semana en que deja caer a Gallardón, después de dejar aparcada la ley contra el aborto. El presidente del Gobierno se deja demasiadas cosas por el camino, su alarmante dejación de funciones obliga a plantear si ha dejado a España por imposible.

Cataluña ha convocado un referéndum de independencia. El solo hecho de teclear esta frase suscita escalofríos en el analista más templado. Pese a ello, Rajoy despacha la provocación sin precedentes con un jactancioso «Mas creía que íbamos a recular». El presidente del Gobierno reclama la astucia de la víctima, se comporta como si el Estado omnipotente fuera la parte débil de la confrontación.

Rajoy ha abdicado de su posición troncal para comportarse como una hoja agitada por el vendaval de los acontecimientos. A nadie le hubiera extrañado que anunciara un asesoramiento a cargo de su imaginario Juan Carlos II. En todas las batallas que ha perdido, y son muchas desde finales de 2011, ha encontrado paladines de la «bananera» prensa madrileña -Manuel Conthe dixit- que alababan su pasividad frente a la hiperactividad ambiente. Por primera vez, los defensores del establishment lo examinan con nerviosismo.

Publicaciones conservadoras como el semanario Time no aciertan a asumir la hipótesis de un rechazo estatal al derecho a votar, por lo que escrutan la viabilidad de una consulta sin efectos.

De ahí que la Generalitat haya diseñado un referéndum minimalista, bajo el aséptico «Cataluña quiere votar». Artur Mas simula que el ritual suplantará al contenido esencial de la votación. Se apalanca en la timidez. Como mínimo, Rajoy ha empeorado la situación.

Paradójicamente, Escocia acercaba el referéndum pero alejaba la independencia de Cataluña. Sin embargo, la dejación al borde de la dejadez de Rajoy puede conseguir todavía que se imponga un doble sí inverosímil según los sondeos. En el dilema maquiavélico entre ser querido o temido, el presidente del Gobierno rechaza ambos términos de la disyuntiva.

Una rúbrica de Artur Mas deshizo ayer dos clisés en torno al soberanismo. El primero se frotaba las manos porque «lo que perdemos en Cataluña, lo ganamos en Segovia». La indecisión del Gobierno repercute hoy negativamente en todos los ámbitos.

El segundo tópico impermeabilizaba a Rajoy frente a un asunto interno de la Generalitat. Se acabó, el referéndum contrarreloj ya no sirve al PP de baza frente a otras regiones.

Además, la responsabilidad de haber alcanzado este punto sin reacción incide en un presidente del Gobierno que se equivocó al tachar a Mas de enemigo, cuando era su único aliado catalán.

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