Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence

Liquidaciones Rajoy

Silencioso como un pistolero del Oeste, Mariano Rajoy se ha deshecho de uno de sus últimos competidores en lo que parece una liquidación de fin de temporada antes de las elecciones. El presidente, que castiga sin piedra ni palo, acaba de echar a su ministro Ruiz-Gallardón por el método de enseñarle la puerta de salida: y a continuación se fue a China, donde habrá vuelto locos a los intérpretes con sus retruécanos y sus frases de doble o triple sentido.

Gallardón, como antes Esperanza Aguirre y muchos otros que harían la lista fatigosa, había incurrido en el error de expresar públicamente sus deseos de ser el califa en vez del califa. Jugaban a su favor las buenas relaciones que el exalcalde de Madrid mantuvo desde siempre con los medios progresistas: y en su contra, todo lo demás.

En realidad, Gallardón es un político antiguo al que le cuadrarían „según sus adversarios„ vocablos ya en desuso como gomoso o repeinado que nada tienen de injuriosos sino más bien de entrañables, dado su anacronismo. Nadie mejor que un gobernante de ese perfil para asumir como propio el encargo de una ley contra el aborto que, de puro arcaica, era un pretexto para el sacrificio político de quien la defendiese.

Probablemente Rajoy haya perfeccionado esta técnica a partir de las enseñanzas del presidente norteamericano Theodore Roosevelt, quien recomendaba «hablar suavemente y llevar un buen garrote en la mano». Sin dar una sola pista de sus intenciones, el actual jefe del Gobierno ha ido liquidando mediante callados garrotazos a todos aquellos „y aquellas„ de quienes sospechó que pretendían hacerle la cama dentro de su propio partido.

Lo suyo consiste es dejar que la gente hable y se desahogue en público o en privado, como en su día hicieron Aguirre, Gallardón y hasta su mentor Aznar, que no dudó en largar contra él en la tele. Siguiendo las enseñanzas de Vito Corleone „dicho sea sin ánimo de comparar„ Rajoy sabe hasta qué punto es necesario tener a los enemigos cerca, pero aún más cerca a los amigos por si hiciera falta desmontar alguna conspiración de los próximos contra el poder. Se trata de un método sutilísimo que tal vez solo esté al alcance de políticos versados en las enseñanzas de Maquiavelo como el italiano Andreotti, al que sus compatriotas llegaron a adjudicar „a saber por qué„ el mote de Il diavolo.

Algo menos diabólico, Rajoy se limita a alabar e incluso nombrar ministros a aquellos que „pretendiéndolo él o no„ acaban por hundirse misteriosamente tras recibir el elogio. A su colega Camps, por ejemplo, le prestó su incondicional apoyo en público cuando el expresidente valenciano andaba en tratos no buscados con la Justicia: y a partir de ahí, el pobre ya no volvió a levantar cabeza. Lo mismo hizo después, en una de las raras ocasiones en que abandonó su legendaria ambigüedad, al proclamar su certeza de que a la infanta Cristina «le irá bien» en los tribunales. El augurio no puede ser más aciago para la hermana e hija del rey, por acendradas que sean las convicciones monárquicas de Rajoy.

Sin una palabra más alta que otra „y a menudo sin decir palabra alguna„ el módico Rajoy se ha ido deshaciendo, como un killer, de cuantos adversarios aspirasen a ocupar el puesto del califa. La última liquidación de fin de temporada parece haberse llevado por delante a Gallardón. Lo raro, o no, es que nadie se sorprendiese.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats