Llegué a Elche con veinticinco primaveras. Supongo que el bueno de Don Rafael se sorprendió al verme recién nombrado Director del CEU de Elche. Yo también me sorprendí por el nombramiento. Fue una de las primeras personas que conocí. Obvio. Gracias a que él encargó al profesor Carlos Pajuelo del CEU de Valencia un libro sobre la historia de su empresa, J'Hayber, todo rodó hasta hoy. Porque en la vida, en la vida de las personas, de las empresas y de las instituciones, muchas veces las cosas ocurren por cadenas que se unen sin aparente relación.

Don Rafael, como buen ilicitano, se encargó de impulsar una idea que ya llevaban rumiando sus compis del Club Rotario de Elche. Después, como casi todas las propuestas humanas, se pusieron a remar a favor todas las instituciones. El Ayuntamiento de Elche con el alcalde, el bueno Manolo Rodríguez. Con la Universidad de Alicante, con el excelente Rector Andrés Pedreño y su Presidente del Consejo Social, nuestro querido Don José Quiles Parreño. Todo el viento a favor, todas las voluntades de bien.

A mí cada vez que veo a Don Rafael con su mujer Paquita me da alegría. Lo veo muy mayor. Es decir, déjenme que se lo explique. Está tan mayor como hace veinte años. Porque yo ya lo conocí sin pelo y con mucha edad. Lo que pasa que en estos veinte años no lo he visto estropearse. Es como si se hubiese parado el tiempo e invernase en esta vida nuestra.

Su cada vez más reconocible sombrero, y su amor por Elche y la provincia, lo hacen noble y notable para una sociedad vacía de referentes. Porque aunque yo no soy partidario de decir que tiempos pasados fueron mejores, es verdad que esta provincia, la quinta de España, está «solica» en líderes pujantes que griten bien alto.

No le he conocido en su faceta profesional, pero he llevado como tantos zagales en este país, sus zapas J'Hayber. Y todos nos peleábamos, los primeros días de clase, porque nadie nos pisase las J'Hayber nuevas. Al final, o al principio, todos somos padres de nuestros proyectos vitales. Y una marca es la hija de la idea de una persona. Porque la satisfacción de ver la compra de uno de tus productos es la satisfacción del creador.

Don Rafael, si me hace caso, debería vivir cien años y un poquito más. Porque así le podríamos abrazar los que le debemos algo. Le podríamos agradecer todas y cada una de las cosas que hizo por su pueblo o por su gente. Tendríamos así, la posibilidad de escuchar sus reflexiones que son antiguas, claro, pero son las cosas que ya nadie dice. Porque una sociedad anestesiada con su pasado es una sociedad vacía de futuro.

No podemos permitirnos el lujo de no saborear la experiencia de todos los que inventaron y crearon empresas en esta provincia. Tenemos esa riqueza que otros no tienen. Marcas históricas y proyectos vitales que hicieron posibles que miles de personas trabajaran y ganaran su sueldo con una idea. La vida empresarial, en una pyme familiar, arrastra a la familia. Porque todas las personas se encargan de que empresa y familia no se confundan pero tampoco se separen. Deseo que eso le haya ocurrido al bueno de Don Rafael.

No necesita mi artículo, ahora que le deseo que cien años dure. Pero las personas que escribimos siempre estamos patológicamente unidos a la gente que nos aporta bien. A la gente que creemos que la sociedad necesita alabar. Porque en este país, tan grande pero tan envidioso, nos parece raro halagar a la gente que ha hecho de su esfuerzo, y el de su gente, un patrimonio a preservar.

Paquita y Rafael necesitan vivir muchos años porque yo quiero verlos mucho. Y les puedo asegurar que es mucha la gente que les quiere. En la vida se vive para amar y ser amados. Por tus socios, por tus trabajadores, por tus hijos y por tus amigos. Ya que esta crisis se ha llevado muchas ilusiones de mucha gente, deberíamos volver a la esencia del ser humano. Que no es sino lo que cada uno de nosotros ha hecho por los demás. Y en eso Rafael Bernabeu Moya, Don Rafael, ha sido ejemplo para muchos de nosotros.