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Bartolomé Pérez Gálvez

Ciencia para reír y pensar

Necesitamos reírnos un poco. De vez en cuando, una digresión no viene mal para romper la rutina. Andaba buscando la manera de desconectar un ratito de este mundo, cuando me entero de la concesión de los premios Ig Nobel 2014. Nada que ver con los clásicos que se otorgan en Estocolmo, con su boato relumbrón y esa recompensa económica adecuadamente ajustada a la importancia del evento. Los Ig Nobel son mucho más modestos. Eso sí, se entregan en Harvard y en presencia de distintos premios Nobel de los de verdad. Estas distinciones tienen como peculiaridad estar destinadas a reconocer el interés de las investigaciones más inusuales. Aquellas que, a juicio de sus patrocinadores, primero nos hacen reír y, luego, pensar. Una interesante conjunción ¿no creen?

Para ser sincero, tenía la impresión inicial de que los Ig Nobel serían el equivalente científico a esos concursos de extraños artilugios para volar o navegar, que se organizan en algunas fiestas locales. Vaya, ideas un tanto chapuceras que acabarían siendo premiadas, precisamente, por su inmensa estupidez. Y, ciertamente, muchas de estas investigaciones son tan grotescas que ponen en evidencia esa errónea creencia popular de que los científicos siempre están en posesión de la verdad. Hay ejemplos que difícilmente podemos considerar, ni de lejos, como un avance para la Humanidad. La mayoría, sin embargo, corresponden a ese eslabón sin el que la Ciencia no podría avanzar aunque, en un primer momento, el estudio nos parezca irrelevante. De ahí esa característica diferencial de hacer reír primero para que pensemos luego.

Se me ocurre indagar en la web de los dichosos premios y encuentro que muchas de las investigaciones premiadas están publicadas en revistas de reconocido prestigio. Trabajos que aparecen en Cortex, British Medical Journal, JAMA o Lancet, por citar algunos ejemplos. Más aún. La majestuosa Nature es la que presenta mayor número de investigaciones premiadas. Les aseguro que más de uno haría maravillas por publicar una simple carta al editor en cualquiera de estas revistas. En consecuencia, no parece que esto de los Ig Nobel sea ninguna tontería. Así pues, no solo me conformo con leer los premios sino que voy hacia atrás en el tiempo, para conocer todos los concedidos e, incluso, conseguir algunas de estas investigaciones para leerlas detenidamente. Una forma, como otra cualquiera, de llenar los tiempos muertos durante la semana.

A la vista de lo publicado en los medios de comunicación, este año destaca un equipo de investigadores de la Universidad de Kitasato, que han medido el coeficiente de fricción bajo la piel de un plátano. Parece increíble pero, hasta la fecha, a nadie se le había ocurrido establecer este cálculo. Gracias a estos japoneses, ya podemos calcular el batacazo que nos espera en estas situaciones. Hay un premio para los de aquí, otorgado a un estudio realizado en Girona en el que se demuestra la utilidad, en la elaboración de salchichas, de ciertas bacterias extraídas de las heces de niños. Todo un ejemplo de aprovechamiento de residuos. Por cierto, que el premio de Economía se lo ha llevado esa maravillosa idea de la Unión Europea de incluir los costes de la prostitución y el tráfico de drogas a la hora de determinar el Producto Interior Bruto de los países miembros. Ningún economista había dado antes con la fórmula mágica para incrementar, de un plumazo, el PIB nacional en un 2,5%. Es evidente que estos sí merecen el auténtico Nobel.

Una vez que te pones a reír, acabas consultando las anteriores ediciones de los premios. Es entonces cuando encuentras a otros japoneses descubriendo el complejo mecanismo por el que lloramos ante las cebollas. Eso sí, en esta ocasión concluyen planteando la posibilidad de modificarlas para que no sean tan lacrimógenas ¿Una chorrada? Puede ser, pero el artículo aparece en Nature que, como les comentaba, es la revista científica más importante del mundo. La misma que publicó otra investigación premiada en 2008, en la que se demostraba que las amebas tienen cierto grado de inteligencia. ¿A quién se le podría ocurrir investigar la inteligencia de las amebas? Efectivamente, a los japoneses.

La ciencia española también aparece representada en estos premios, aunque es difícil conocer la utilidad de algunos de sus hallazgos. En 2007, un equipo de la Universidad de Barcelona fue reconocido por demostrar que los ratones de experimentación no podían distinguir entre palabras japonesas y holandesas cuando éstas se pronunciaban al revés. Un año antes, se premió una investigación conjunta entre la Universidad de Valencia y la de las Islas Baleares que trataba de determinar cómo afecta la temperatura a la velocidad ultrasónica en el queso cheddar. Supongo que será un dato importante que, cuando menos, justificará la inversión pública realizada. Quizás parezca más útil la propuesta de una máquina para lavar perros y gatos, premiada en 2002.

En sus veinticuatro ediciones, los Ig Nobel incluyen un poco de todo. Ahí queda el estudio de la Coca-Cola y Pepsi-Cola como espermicidas -ojo, no funcionan-, la utilidad de la viagra para combatir el jet-lag -en hamsters, que no en humanos-, o la determinación de la concentración de wasabi en el aire que sería necesaria para despertar a una persona en caso de incendio ¡Casi prefiero el clásico cubo de agua! Y qué decir de la marcada tendencia hacia los temas con cierto matiz escatológico. No sé cómo reaccionaríamos en este país si nos enteramos de que estamos financiando investigaciones para conocer mejor la capacidad de decisión que tenemos cuando orinamos, cómo afectan los vómitos en nuestra capacidad de razonar, o la contrastada eficacia del masaje digital en el recto -sí, es lo que se me imaginan- a la hora de tratar un hipo persistente. En fin, recuerden: primero reír y después pensar.

Dejo para el final una auténtica joya. En la Universidad de Catania desarrollaron un modelo matemático dirigido a evitar la aplicación del principio de Peter, aquél que nos dice que uno siempre está un puesto por encima del que le correspondería, según sus capacidades. Para solucionar el problema e incrementar la eficiencia de cualquier empresa u organización, los investigadores sicilianos consideran que la mejor opción es promocionar a la gente al azar, sin contemplar mérito alguno. Ya ven, casi igual que por estas tierras y sin tanto cálculo matemático.

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