Debe ser difícil para todo un ministro, tratándose además de don Alberto Ruiz Gallardón, tomar la decisión de dimitir de un cargo de tanta responsabilidad y hacerlo tan rápidamente. Es cierto que el señor Ruiz Gallardón ha tenido una legislatura complicada y con muchos sin sabores pues sólo ha recibido críticas por su gestión, críticas que no sólo han vertido periodistas sino también colectivos muy especializados en la materia que era de su competencia. Me refiero a jueces, fiscales, secretarios y funcionarios de la Administración de Justicia. Debe ser muy duro recibir día tras día críticas destructivas a cualquier proyecto que presentes. Así la reforma de la Justicia en la que se pretendía que fueran los fiscales los que dirigieran la instrucción de todos los asuntos, recibió la oposición de todos estos colectivos pues suponía tal revolución que abocaba a la desaparición de los jueces de Instrucción o la reconversión de estos en fiscales y a la aparición del juez de garantías, siendo más que evidente que no había suficientes fiscales para afrontar el reto, lo que suponía un desajuste en una materia tan sensible como es la instrucción de causas por delitos graves y menos graves entre los que se encuentran los casos de corrupción.

Otro proyecto que fue muy criticado fue la instauración de las costas procesales. A mí, en principio no me pareció mal pues considero que determinadas partes procesales (bancos, empresas poderosas) no deben tener derecho a acceder gratuitamente a la justicia que pagamos con dinero público, esto es, que pagamos todos los españoles. Pero claro al conocer las nuevas tasas y a quien se le iban a imponer no tuve más remedio que discrepar pues metía en el mismo saco a bancos y multinacionales que a personas que no tenían más que un sueldo de los que se pagan en España y una vivienda y que, además, litigaban por cuestiones familiares, por deudas que les podían resolver el mes y así un largo etcétera. No litigaban por la calificación urbanística de un determinado terreno o por la reclamación de deudas portentosas de esas que no comprendes muy bien cómo se las han prestado a alguien.

Es evidente que el proyecto que ha acabado con el ministro es la reforma de la ley del aborto. Nunca he llegado a entender el afán de reabrir de nuevo un debate viejo como es la ley del aborto. Es un debate que ya tiene casi 30 años y se trata de una ley que ha sobrevivido a las dos legislaturas del presidente Aznar. No entiendo cómo el Ejecutivo permitió al ministro de Justicia sacarse de la manga una nueva ley y no le obligó a limitarse a modificar la del expresidente Zapatero en aquellos puntos en que muchos españoles no estaban conformes. Me refiero, por ejemplo, al hecho de que dicha ley permitiese abortar a menores de edad sin el consentimiento de los padres. La verdad es que siempre pensé que era una «cortina de humo» que el Ejecutivo lanzaba para evitar que se hablase de otros temas. Pero no. Por lo visto no era así y el ministro pretendía seguir adelante con una ley que no convencía ni siquiera a su partido político pues fueron muchos los que discreparon abiertamente con él. No sólo lo hizo la diputada doña Celia Villalobos, sino el presidente de Extremadura, señor Monago, o la alcaldesa de Zamora, señora Valdeón, y muchos otros más. Me remito a las hemerotecas de los periódicos.

Y es que, con independencia del credo religioso, es evidente que en un país laico como es España no se pueden imponer unas creencias que impiden a las mujeres abortar en determinados casos y dentro de los plazos establecidos en la ley. Una cosa es que una mujer por sus creencias religiosas no aborte, posición muy respetable, y otra muy diferente es que se imponga a todas las mujeres esas creencias que impiden abortar en cualquier caso. Existen muchos colectivos que están a favor del aborto y otros que están en contra. Por ello debe haber una ley que regule claramente todos y cada uno de los supuestos en los que se «pueda» abortar estableciéndose los plazos que los expertos consideren necesarios. Abortar no es del agrado de nadie y mucho menos de las mujeres.