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Antonio Sempere

Peligros públicos

Hasta ahora empleábamos la expresión «peligro público» para referirnos a aquellos seres que por su irresponsabilidad al volante podían provocar el mal ajeno. Quién nos iba a decir que bastarían poco más de tres décadas de democracia para mostrarnos a las claras cómo muchos de nuestros representantes también ejercen como tales. Hemos dado las llaves de la caja fuerte al ladrón.

Lo verdaderamente escalofriante de todo este asunto es comprobar cómo muchos de estos peligros públicos andantes continúan, con total impunidad, ocupando sus poltronas. Templando y mandando. Gobernando para ellos. En muchos casos, con la conciencia la mar de tranquila. Invirtiendo su tiempo y sus energías no al servicio del bien común, sino de sus intereses particulares.

Qué miedo daría penetrar en la conciencia de estos seres de moral diseñada a la carta con tal de guardar a buen recaudo sus convicciones, esas que les hacen fuertes. Lo peor es que no fingen, que en sus adentros sienten que hacen lo que deben, y cuando llega ese instante de intimidad que propicia el portazo en casa, quedando bajo su amparo, musitan ese «se van a enterar» con el que legitiman su estrategia.

Deseando que amanezca al día siguiente para perseverar en sus fechorías, apuntalar sus postulados, y defenderse atacando al contrario. Esas son sus únicas reglas del juego. De un tiempo a esta parte son tantos y tan ubicuos que te los tropiezas invadiendo minutos de informativos y páginas de periódicos. Pese a la gravedad de los hechos, se ríen de nosotros en la cara. Y morirán y moriremos antes de que hayan pagado lo que deben. Porque han destruido algo valiosísimo que no tiene precio, la honra en las instituciones.

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