«Una mitología de puñales

lentamente se anula en el olvido;

Una canción de gesta se ha perdido

entre sórdidas noticias policiales».

(J.L Borges)

LA MALDICIÓN DEL PLAN RABASSA. No sé si lo he escrito antes, pero observe el lector cómo todos los protagonistas del engendro están en boca del pueblo o imputados o procesados o a punto. Como si una terrible bruja de agua hubiera surgido de sus lagunas para recordarnos cómo se consintió que hicieran de Alicante un lupanar; de su alcaldía, despacho de rufianes; de su futuro, almoneda; de la amistad, complicidad necesaria; del delito, hábito. Todos malditos, malditas, por quebrar la convivencia, por lucrarse hasta la náusea, con sus vómitos de metros cuadrados y bolsas de dinero. Ikea es el próximo monstruo al acecho, afilándose las uñas negras con el oro que quede y los restos mortales y corruptos del PP vagando por los pasillos de la administración valenciana. Las setas sucias son el símbolo, asentado en el centro urbano, en el lugar de la memoria, de cómo todas estas alimañas de la política y la economía sueñan y sólo son capaces de la pesadilla. Maldigo otra vez a estos que, cuando respiran sobre la ciudad, dejan el hedor de la muerte de los valores sin los que es imposible vivir en compañía civilizada. Mi exorcismo, con otros pocos, es y fue: ¡stop al Plan Rabassa! Ganó: salvó la dignidad de esos pocos. También se lo recuerdo a los miles de ciudadanos que permanecieron silenciosos; a los que creyeron, con una inocencia culpable, en las inocentadas de Ortiz y sus monaguillos. La época dorada del pelotazo urbanístico fue una época de mudos y de tontos: que cada quién se mire al espejo y decida cómo recordarse. Quizá así aprendamos.

¡OH CORONEL, MI CORONEL! Castedo llama a Ortiz «coronel» y se pone a sus órdenes. Castedo, todo el mundo lo sabe, es graciosa, con brillo de zalemas en el lugar en el que los políticos y políticas de verdad suelen tener ideas. Pero su natural simpatía se ha agostado con esta palabrería de flor sin riego, con los ajustes de viajes de pequeña burguesita ida a más en el azar de la política y en la lotería de los amigos-jefes. «¡Oh coronel: qué delicia Ibiza! ¿Hay gambas para comer?, ¿me pasas sus cabezas? Sí: no me importa que las hayas chupado; mejor, incluso». Esta es la narración de una abyección, de cómo llegó a no existir límite ni freno a la servidumbre voluntaria; como esa concejala nueva que arrastra, ya, lo que representa antes de tomar posesión, poniéndose al servicio del poderoso. Las imagino hoy felices sabiendo que su humillación es, al fin, pública: Ortiz, resalao, prócer sin par, se lo merece todo. Y más. Sobre todo más. Siempre y por definición.

LA FIESTA DE BLAS Y EL MEJOR POLÍTICO DEL MUNDO. Me contaron -no sé si es verdad, pero imaginemos que sí, pues si no lo expresó, lo pensó-, que cuando Bernal anunció a su Grupo que tocaba votar afirmativamente en aquel Pleno aciago que marcará la historia de la infamia en Alicante, dijo a sus compañeros: «Contra esto sólo escribirán el domingo Juan Ramón Gil y Manolo Alcaraz, pero en quince días todos se habrán olvidado del Plan Rabassa». ¡Qué bella prueba de cómo la ética y la inteligencia se suman para honrar a la estética! ¡Y aún se enfadaron conmigo: Blas y Enrique y viceversa, mis antiguos colegas de colegio! ¡Cómo trataron de presionarnos, amenazar a compañeros, manipular a la ciudad! Para eso debía servir el voto del PSOE: para legitimar lo injustificable en los reducidos grupos críticos. A Teresa de Nova, mi amiga, la nobleza en persona, la única concejala que se atrevió a plantar cara públicamente, en este diario, se le hizo la vida imposible, con crueldad calculada. ¿Dónde están hoy los demás concejales?, ¿dónde paran los miembros de una Ejecutiva que aplaudió la componenda?, ¿no les queda ni una miaja de vergüenza para pedir perdón? Los que nos opusimos a estos socialistas de la oposición de toda la vida fuimos insultados por bastantes de ellos: «izquierda caviar», nos llamaron, está escrito; y nos dijeron que estábamos captados por otro constructor, y que nos negábamos a que los trabajadores tuvieran buenas casas. ¿Imbéciles o sutilmente comprados de alguna forma?: las dos cosas, tiendo a creer. Echávarri, exorcista de última hora, quiere impresionar apresando a Castedo. Santo y bueno. Pero si no quiere debutar mal en este juego de cromos que anuncie que no aceptará ir en ninguna lista amparada por Ángel Franco, el mejor político del mundo, o su poderosa tribu. Sí: ya sé que ha quedado en estado latente, pero las bajas temporales, los expedientes y esas cosas, los carga el diablo, como todo el mundo sabe.

PALABRAS, SÓLO PALABRAS. Al parecer hubo que pagarle a uno un avión para que fuera a una isla griega a echarse cuatro polvos con una alegre joven, y su hija de él se limitó a dar una excusable galleta a una que ya estaba sorda en un albergue de animales. En la república independiente de los canallas, en el reino viscoso de los malditos la realidad no puede ser atrapada por la ficción, porque la realidad se ha diluido entre compraventas de conciencias. Ni presunción de inocencia ni culpabilidad manifiesta ni moral que valga: sólo son palabras, palabras atrapadas en una grabadora policial. A esto hemos quedado reducidos. Pero las palabras son nombres. Y caras muy duras para escupirles metafóricamente. No queremos que dimitan: que se vayan de Alicante, eso sí, porque su eco aún nos enfermará.