Nos cuenta un informe que el 96% de los españoles preferimos hablar por WhatsApp a realizar una llamada. Altísimo porcentaje que, sin embargo, no extraña. En la calle, en los bares, en la playa y hasta en la oficina, raro es el momento del día en el que miras a tu alrededor y no ves a alguien móvil en mano 'whatsapeando'. Es rápido, es directo y además es gratis. ¿Se puede pedir algo más?

Pues puestos a pedir, sí, se puede. Y mira que yo soy adicta a las caritas sonrientes o enojadas que dicen mucho sin decir nada; a las fotografías recién tomadas que resumen un fin de semana que tardarías horas en contar y hasta a los mensajes de audio en los que narras tus idas y venidas en plan monólogo.

Pero la verdad es que, por mucho que nos cueste a los fanáticos del 'mensajeo' reconocerlo, la cuarta característica de esta aplicación bien podría ser la deshumanización. Es tan triste como habitual ver a grupos de amigos que no se dirigen la palabra pero se mandan emoticonos o a parejas que rompen su historia de amor vía móvil. Tanto es así que el uso masivo de los sistemas de mensajería móvil nos hace parecer en muchas ocasiones robots sin sentimientos.

Menos mal que aún quedan algunos "antiguos tecnológicos" que nos recuerdan las bondades de la comunicación oral y nos hacen sentirnos más humanos. Antiguos como mis padres, que no pasaron de la época del sms y descuelgan el teléfono cuando me retraso más de dos minutos a la hora de comer o simplemente quieren saber qué tal me ha ido el día. Ellos me confirman que sí, se puede vivir sin WhatsApp.