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Francisco Esquivel

Zenquiu, Scotland

Hoy se vota. A pesar de que Javier Cercas, entre otros, encuentre diferencias mucho más acusadas que semejanzas en los procesos en danza, la prueba de que las urnas estas nos tocan es que vamos a estar mirando a Escocia hasta hartarnos. Por razones personales, me pone. Y lo que es la vida. Mi chavala, que ha estado viviendo los últimos cinco años en Edimburgo, acaba de pirarse. ¿Porque le asusta lo que pueda venir? No conocen a esta plebe. Por la forma en que ha de buscarse la vida, no le tiene miedo a nada. Seguramente no hubiera votado porque, por la poca raigambre, considera que le falta perspectiva.

Pero, ojo, podía hacerlo. Se vuelve porque, de los 1.825 días que ha residido en la ciudad conocida cariñosamente como Auld Reekie -Vieja Chimenea/Vieja Humeante- ha disfrutado a la intemperie de dos horas seguidas de luz en cinco de ellos. Por eso y por las ganas de seguir descubriendo. Desde la atalaya paterna -y a pesar del deseo de tenerla aquí-, confieso que duele y, a ella, más. Escocia la ha acogido y le ha dado oportunidades como lo que es: una tierra socialmente avanzada que ampara a la gente y odia a Thatcher igual que el padre de John Carlin detestaba a Churchill.

No obstante, el escritor cree que, de vivir, votaría no porque con el estatus actual se disfruta de dos nacionalidades por el precio de una y porque da gusto meterse con los ingleses con fundamento. Yo lo que sé es que mi hija pudo estudiar en la uni tres idiomas con matrícula gratis; que existen becas por un tubo; que, aunque se fue con una mano delante y otra detrás, no ha dejado de tener cobertura sanitaria; que ha contado con ayudas al alquiler; que ha dado clase a críos en una guardería -su pasión- y que, pese a ausentarse meses por otra experiencia, retomó la actividad como si no se hubiera ido. De ahí que entren ganas de ser independiente. De España...y de Cataluña, claro.

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