El 21 de septiembre es la fecha elegida por la OMS y la Federación Internacional de Alzheimer para recordar este grave problema social. Ya sabemos, no es una enfermedad nueva. Médicos griegos y romanos ya asociaron a la vejez trastornos del comportamiento y de la memoria. En aquella época lo llamaron «demencia», palabra de raíces latinas: «De» -alejado- y «Mens» -mente-. Es decir, fuera de la mente. Fuera de sí.

Los síntomas de la enfermedad, como una entidad nosológica diferenciada, fueron identificados por Emil Kraepelin en el siglo XIX, y la neuropatología característica observada por primera vez por Alois Alzheimer en 1906. La exposición atañó a una mujer de cincuenta años de edad con graves trastornos conductuales y de memoria. Los investigadores hicieron un seguimiento hasta su fallecimiento en 1906, momento en que, por primera vez, se reportó el caso públicamente.

Así pues, la enfermedad fue reconocida por Kraepelin, y Alzheimer, que trabajaba en el laboratorio del primero, realizó los estudios anatomopatológicos a la muerte de la enferma, encontrando la base neuropatológica del desorden psiquiátrico. Kraepelin decidió, por ello, apellidar la enfermedad en honor a este último.

En los últimos cuarenta años se han producido importantes cambios en el conocimiento de este mal. Los geriatras hemos tenido, hay que reconocerlo, una responsabilidad fundamental en la divulgación del proceso. Si en la actualidad la sociedad está más concienciada en este trastorno neurológico, es gracias a los diferentes grupos de estudio, al papel que ha desarrollado el profesional responsable o las sociedades especializadas. Recuérdese la Sociedad Levantina de Geriatría, la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, todos los grupos científicos avalados por la Sociedad Española de Geriatría y la Asociación Internacional de Gerontología.

Porque lo importante para la sociedad actual no es estar al tanto de la causa de la enfermedad, -que si es viral o metabólico el proceso; si genético o toxico; o de si los avances se van consiguiendo de esta o de la otra forma-. Lo importante es que la sociedad conozca, entienda, asimile la enfermedad como algo familiar. De esa forma es más fácil participar en ella, compartir soluciones, de esas que están al alcance del pueblo no científico. Ello se traduce en una mayor colaboración.

Los medios de comunicación han sido fundamentales a la hora de difundir el concepto de lo que es el Alzheimer y sus consecuencias. Su prevención. Su evolución. Pero, más importante que todo lo dicho, son responsables de que todos conozcamos adónde se puede acudir para recabar información. Las asociaciones de familiares de enfermos han logrado constituir una red asistencial cuyo valor aún está por agradecer. Por eso, hablar de Alzheimer no esta de más. Pero, gracias a Dios, no es lo que era hace algún tiempo. La sociedad ya conoce de qué hablamos y por qué hablamos.