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Agotado por lo que estaba pegando al mediodía, un buitre leonado se separó del grupo y fue a reponerse sobre un tejado de una pedanía de Pinoso. Tranquila, consellera. Al tratarse de un ejemplar adulto no tenía que acudir a clase a esas horas. Los inquilinos de la casa notificaron su presencia al Ayuntamiento, de donde se deduce que hay lugares en que éste aún transmite confianza a los vecinos. Es difícil saber cuántos son, pero algo tranquiliza. Lázaro Azorín, el alcalde, es un conocido amante de la naturaleza que no suele perderse la tradicional suelta de aves. Lorenzo se presentó de inmediato en el lugar del acontecimiento, se encaramó a lo alto del inmueble y, desde una distancia prudencial, corroboró que el visitante de lujo no se encontraba herido. Algunos de los presentes se sorprendieron del arrojo del edil puesto que se puso a nada de una de las mayores rapaces que pueden visionarse en el territorio nacional -y mira que hay-, con sus más de dos metros y medio de envergadura con los que supera al águila imperial. Claro que perteneciendo al pesepevé, ¿cómo va a tener miedo de un buitre leonado este hombre? Es tontería.

Al mismo tiempo, en el municipio de Cárcer en la Ribera, se ha producido otra escena diametralmente opuesta. Durante las fiestas, una comparsa contrató con el domador un numerito para que su oso bailara al son de la trompeta durante el desfile. Una granizada de aúpa impidió la salida de Moros y Cristianos, por lo que el adiestrador se metió en un bar y al oso le cayó el diluvio universal atado a una farola. Según testigos, el tipo salió al cabo del tiempo dando tumbos y el oso llegó a escapársele de las manos tras los tirones y el mal rollo exhibido. No sé si es una metáfora de otros padecimientos, pero se le parece. Sobran domadores y falta atención y respeto para la fauna. Aunque sea la racional.

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