Cuando me llamaron para comunicarme el fallecimiento de Isidoro Álvarez, estaba yo trabajando para la Fundación Areces, que él presidía, en una síntesis de artículos sobre el comercio minorista, sector en el que Isidoro era un empresario egregio.

Yo lo había conocido personalmente en un pasillo de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid. Fui abordado allí por un alumno: «Sé que ustedes están traduciendo de economistas importantes ensayos para la 'Revista de Economía Política'. Yo soy un dependiente de El Corte Inglés y tengo status, ingresos. Por eso estoy dispuesto a actuar de traductor en esa revista». Yo le pregunté: «¿Qué calificación le he dado?» La respuesta fue: «Sobresaliente».

Y así fue como resultó admitido de traductor en esa «Revista de Economía Política». Cuando se repasan los números de aquella época, en nota a pie de página aparece que Isidoro Álvarez fue traductor de varios de estos trabajos. Mucho después yo fui su padrino cuando se le dio el título en el Colegio de Economistas de Madrid como «colegiado de honor». Para preparar mi intervención pedí en la Facultad su expediente: todo él era de sobresalientes y matrículas de honor, y simultáneamente trabajaba duramente, primero como dependiente y después en las oficinas de El Corte Inglés. Areces, precisamente en Oviedo, cuando se le concedió el doctorado honoris causa en esa universidad, me dijo que Isidoro sería la única persona capaz de convertir El Corte Inglés en una empresa sólo comparable a las grandes cadenas comerciales norteamericanas, y añadió: «Desde luego, estoy seguro de que huirá de los modelos europeos; no tienen interés».

Por tanto, Isidoro Álvarez reunía tres condiciones. De una ya he hablado: tenía una excelente preparación intelectual. Además, se había preparado en El Corte Inglés de modo completo. Sabía ser un empresario de los que, en tiempos prósperos, actúan con esa tensión que es precisa como indica Von Thünen para los empresarios todos en las crisis. Por eso se convirtió en un activo nacional. Finalmente, como gran universitario que era, a través de la Fundación Areces, impulsaba la ciencia, los estudios originales los ciclos de conferencias y siempre con una apertura grande al extranjero. Y, además, sostuvo un mecanismo de becas para el extranjero que convirtió a una multitud de españoles en auténticas personalidades importantes.

Recordaba mucho Asturias. Su padre, que trabaja en la Fábrica de Trubia, había muerto allí en un accidente laboral. Por eso, ya huérfano, concluyó sus estudios de bachillerato en Oviedo y aceptó lo que he señalado para convertirse en un gran economista en Madrid.

Parecía tener como lema aquello que dice Espinel en el «Descanso Sexto» de su inmortal «Vida de Marcos de Obregón» poniéndolo en boca del Licenciado Alonso Rodríguez Navarro, barón de singular prudencia e ingenio, quien le dijo que él, «si perdía el tiempo, no tenía para quien apelar, sino para el arrepentimiento... (que) sigue a los daños sucedidos por propia culpa». Isidoro Álvarez fue ejemplar.