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Pues que se abaniquen

Bochornoso. Así está siendo este inicio de curso, tanto por el tórrido septiembre que nos azota, como por el comportamiento de ciertos miembros de la Generalitat. ¿Las temperaturas de los colegios hacen imposible que se dé clase? Chorradas. ¿Algunos alumnos han tenido que recibir asistencia sanitaria porque se derriten las farolas? Tonterías. A abanicarse y a beber agua fresquita de un botijo.

Vale, nadie tiene la culpa del calor (bueno, no me sorprendería que Blasco estuviera involucrado, es el tipo de actos malvados que le van), pero al menos podrían dejar de quitar importancia al asunto y asumir que tenemos un problema. Casi parece una obviedad decirlo, pero algo tan esencial como aprender, algo tan complicado como enseñar no puede hacerse bien en condiciones precarias.

Pues no, en lugar de eso asistimos a un festival de frivolización del entorno escolar, en el que los centros educativos se presentan como aparcamientos de menores, un sitio en el que dejar al nene vigilado mientras los padres trabajan. Da igual que caigan chuzos de punta, que las aulas parezcan calderos rebosantes de lava o que a los niños se los coman las chinches. No importa que sean 300 en clase y los profesores estén desbordados, con que los tengan encerrados y entretenidos basta.

¿Acaso hay forma mejor de motivar a los chavales que hacer que se pudran en un barracón metálico día tras día? De hecho, 9 de cada 10 expertos recomiendan estudiar la maldita tabla periódica (nótese aquí el trauma de la autora) a más de 30 º C. Resultados asegurados: o te la aprendes o te da una lipotimia.

Total ¿de qué sirve enseñar biología, latín o historia si van a acabar todos de camareros? Y es que, esta indiferencia hacia el estado de los centros educativos y la situación de los alumnos no esconde sino un profundo desprecio por la igualdad de condiciones que debería ofrecer una escuela pública de calidad.

Ahora que vayan a esos niños y adolescentes a hablarles de excelencia, rendimiento académico y élites educativas. Que intenten convencerles de lo importante que es sacar buenas notas y triunfar en los estudios. Venga, valientes.

En el próximo informe PISA volvamos a rasgarnos las vestiduras con el fracaso escolar y los palurdos que son los jóvenes de hoy en día. ¿Y qué les damos para que consigan mejores resultados? Colegios que da vergüenza verlos, hacinamiento en clase y docentes ninguneados a los que a la mínima se usa como chivo expiatorio. Después que se pongan a comparar los exámenes de un niño valenciano con los de uno noruego, que allí cuando hace frío me da que sí que les ponen calefacción.

Al menos con este novedoso método educativo se están asegurando de que las nuevas generaciones sean duras y aguerridas, que no lloren con la muerte de la madre de Bambi y sobrevivan en cualquier ecosistema con un cuchillo y una gorra.

Pero quizás haya esperanza, quizás esos alumnos que han ido al cole en bañador o que han tenido que dar clase en el patio estén aprendiendo a pelear por lo que es suyo y no se dejen arrebatar sus derechos con la misma placidez con la que lo hemos hecho nosotros.

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