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Rosa Carrizosa

De ésta, me hago hippy

Se lo digo a mis amigos cada vez que en las sobremesas, tras repasar el incomprensible devenir de la situación económica, social y política, la ansiedad domina el ánimo. Y es con ese placentero último sorbo de café que se te escapa y del que intentas retener su sabor, cuando te sientes defensor de la contracultura, cuando anhelas romper con ese círculo vicioso de exclusiones, recortes, desempleo, pobreza y corrupciones que la crisis ha provocado.

Aunque también esta larga travesía por el desierto ha hecho aflorar la determinante incidencia que los intereses creados de los poderosos o «lobbies» empresariales tienen en nuestra vida cotidiana. En la idiosincrasia del español siempre ha planeado una gran dosis de desconfianza sobre la política y los políticos. Pero, probablemente, ni las mentes más maliciosas podían sospechar los múltiples casos de corrupción y los escándalos financieros que esta crisis ha hecho aflorar. Tanto, que la desconfianza se ha convertido ya en desapego, en hartazgo.

Si te quitan o te roban la cartera, te indignas; te ves obligado a realizar engorrosos trámites para recuperar documentos o cancelar cuentas bancarias. Pero cuando te «desvalijan» tu casa, se llevan tus ahorros o te dejan en la calle, a la vez que te suben los impuestos, los procesos de corrupción se dilatan en los juzgados y ves que el dinero que falta no se devuelve, tu distanciamiento con la política es sólo la descripción de una situación. La sensación colectiva es tanto de cabreo como de bochorno y de gran impotencia ante una situación que parece irresolubre.

La crisis ha dejado al aire las vergüenzas de algunos dirigentes políticos y banqueros de este país. ¿Hace falta enumerarlos? Por eso, muchos españoles se han establecido en la extrema desconfianza. Estos casos, les han abocado -¿enseñado?- a sospechar que detrás de cada decisión política de nuestro Gobierno o el que, realmente nos gobierna -Europa-, está el interés de algún «lobby» (léase, sectores energético, farmacéutico, financiero...) Éste es un mantra que escucho en muchas conversaciones en los últimos tiempos. También en las reuniones con amigos.

Por no hablar del espejismo en el que viven los empresarios al negar que en España exista rebaja salarial. Su presidente, Juan Rosell, ha dicho que los sueldos aumentarán este año el 0,6%. «Si a esto se le llama rebaja salarial, no sé a qué se le llamará incremento». ¿Una ironía, señor Rosell?

«Que paren el mundo que me quiero bajar». Y yo con Mafalda y con Groucho Marx, pero para subirme después y recuperar el del bienestar social... Donde David gane a los poderosos Goliath que en el mundo hay.

Ya sé, ya sé...

Se ha esfumado el buqué del último sorbo de café.

Pero, por favor, que alguien pare esta especie de caída libre en la que nos encontramos, al mismo tiempo que las guerras que están matando tantos inocentes en este complicado mundo. De seguir así, creo que de ésta, me hago hippy.

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