Con la celebración el pasado mes de agosto del 70 aniversario de la liberación de París en 1944 por los ejércitos aliados de la dominación alemana, ha vuelto a recordarse la importancia que tuvieron los exiliados republicanos que, tras la Guerra Civil española y después sufrir una larga temporada en campos de concentración franceses en el norte de África, donde murieron muchos de ellos, lograron incorporarse al ejército francés de liberación y, en concreto, a la 2ª División Blindada dirigida por el general Leclerc formando parte del ejército aliado que desembarcó en Normandía.

A pesar del olvido impuesto a su existencia, aquel grupo de españoles integrados en la compañía conocida como «La Nueve» y dirigidos por el burrianense Amado Granell, fueron los primeros en llegar al ayuntamiento de París el 24 de agosto de 1944. Hecho que durante años no sólo fue ocultado por la dictadura franquista española sino por los sucesivos Gobiernos franceses. La vida, la lucha y la extraordinaria valentía que demostraron todos aquellos republicanos que huyeron de una muerte segura tras la finalización de nuestra guerra civil y que tuvieron que optar entre la deportación a España o enrolarse en la Legión Extranjera francesa como paso previo al ejército del general Charles de Gaulle, su vida y lucha, repito, han comenzado a divulgarse gracias a publicaciones como la de la alicantina Evelyn Mesquida. Me refiero al libro La Nueve. Los españoles que liberaron París (Ediciones B, 2008) en el que Mesquida hace un retrato de la vida y la actuación heroica de los españoles que lucharon por la libertad contra el nazismo. Cuando terminó la II Guerra Mundial, como recuerda Jorge Semprún en el prólogo de este libro, se afrancesó la nacionalidad de estos hombres que habían luchado tanto en el ejército aliado como en la Resistencia francesa. Un deseo de ocultamiento de la realidad llevado a cabo por las autoridades gaullistas y por el partido comunista francés que ha llegado hasta nuestros días. Sorprende, quizá no, que en Francia se haya homenajeado a aquellos jóvenes españoles mientras que en España se les ignore.

Fueron más de 80.000 los españoles enrolados en el ejército francés, soldados que recibieron multitud de medallas por su arrojo y valentía y que jugaron un papel fundamental en la lucha europea contra el nazismo. Miles de ellos terminaron siendo enviados a campos de concentración alemanes donde murieron y donde desaparecieron de la memoria colectiva de Francia y de esa Europa, de aquella coalición que se unió para luchar contra el imperialismo alemán, y que se constituyó en el germen de nuestra actual Unión Europea.

Pero volvamos a 1944. Volvamos al día de la liberación. Regresemos, por tanto, a París. Amado Granell y sus hombres pasaron la noche en la plaza de la alcaldía de París, escuchando sonar todas las campanas existentes y rodeados por miles de franceses que tiraban bengalas al aire y cantaban la La Marsellesa. Cómo no pensar aquella noche en la II República española, seguramente lo haría Granell que había salido del puerto de Alicante en el carguero Stanbrook en 1939. Cómo no recordar que la República había caído gracias sobre todo al apoyo que aquellos mismos alemanes, a los que habían arrebatado París, habían dado al ejército sublevado contra la legalidad vigente en España en 1936. Tal y como recordó Albert Camus ya en 1948, las primeras armas de la guerra totalitaria estuvieron empapadas de sangre española. Y eran a aquellos mismo nazis a los que echaban de París y que continuaron derrotando hasta llegar al llamado «Nido del Águila», una pequeña fortaleza en las montañas alemanas donde se reunía la flor y nata del régimen alemán.

El tiempo transcurrido no debe ser un obstáculo para la memoria, para el recuerdo de aquellos españoles que tras la derrota en España se unieron al ejército francés no sólo para defender un país del dominio nazi sino sobre todo por la causa de la libertad. A pesar del riesgo que corrían sus vidas no dudaron en continuar la lucha por la democracia. Gracias a personas que formaron aquella compañía, «La Nueve», Europa se adentró definitivamente en la senda de la democracia y en la unión de Estados que por primera vez en su historia comenzaba a dejar atrás los imperialismos.

Jorge Semprún escribió en 1966 el guión de una película que tituló La guerra ha terminado. Semprún, que fue nominado en la categoría de mejor guión original en la edición de los premios Oscar de 1967, reflexionaba en aquella película sobre la necesidad de dejar atrás la mentalidad de confrontación para adaptarse a los nuevos tiempos y conseguir definitivamente el advenimiento de la democracia en España. Un tiempo en el que el protagonismo no era de las jerarquías de los partidos en el exilio, sino de los miles de españoles que habían luchado y luchaban en España, en el anonimato, por la libertad. Había terminado la guerra pero en España continuaba la lucha por la democracia.