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Javier Llopis

El final de una anomalía

Triste final para una mujer que fue incapaz de decidir si quería ser Hillary Clinton o Doña Carmen Polo de Franco. Instalada de forma permanente en esa duda existencial, Ana Botella renuncia a optar a un nuevo mandato en la alcaldía de Madrid sin aclararnos si pretendía ejercer de gestora política moderna o si simplemente confundía el cargo de alcaldesa con una de esas obras pías con las que las damas de rancio abolengo ocupan su tiempo libre y matan el gusanillo de su conciencia social. No le dio tiempo a elegir. Una acumulación asfixiante de torpezas, de gestos de inhumanidad y de demostraciones de incompetencia la convirtió rápidamente en carne de cañón para El Intermedio, transformándola en muy pocos meses en un huésped molesto hasta para su propio partido, que no ha dudado en tenderle un puente de plata y en suspirar con alivio al conocerse la noticia de su marcha.

Atrapada en el eterno papel de señora de, la figura política de Ana Botella resulta inexplicable sin las referencias a la alargada sombra de su marido, el ex presidente de Gobierno José María Aznar. El culto a la personalidad del que disfrutó el gran timonel popular es el único argumento posible para justificar el acceso al cargo de una mujer que carecía del currículum adecuado y de la preparación necesaria para ejercerlo. Su desembarco en la alcaldía de la capital de España es una perfecta expresión de aquella españolísima práctica que aconseja adorar al santo por la peana. El peso político de su consorte ha sido tan enorme, que nos sirve para explicar la entrada en política de Ana Botella y también su accidentada y poco honrosa salida. Sobre las espaldas de la primera edil madrileña cayeron todos los ajustes de cuentas que la izquierda no le pudo aplicar a Aznar en vida (política, por supuesto). Los sistemáticos y bien merecidos ataques recibidos por la alcaldesa fueron una especie de exorcismo, con el que amplios sectores de la sociedad española quisieron conjurar por persona interpuesta el fantasma de un líder, que consiguió un éxito histórico para la derecha nacional y que marcó un estilo de gobernar basado en la mano dura y en la ausencia de cualquier tipo de sutileza. Ni siquiera la actual dirección del Partido Popular se ha podido librar de ese sentimiento de aversión hacia el hombre del bigote y en las tibias despedidas pronunciadas por los compañeros de Botella tras el anuncio de su marcha, se trasluce una innegable satisfacción ante la desaparición del último resto visible del aznarismo, entendido como el legado de un ex presidente que se ha convertido en un testigo incómodo e irritante para el nuevo PP de Mariano Rajoy.

Alrededor del personaje Ana Botella se reúnen algunos de los principales defectos y contradicciones de la derecha española de toda la vida. Nadie como ella para representar esa combinación imposible, en la que se unen el deseo de aparentar un cierto aire de desenfadada modernidad y la concepción del poder como un bien patrimonial hereditario, reservado a ese selecto club de gentes de orden, que cada domingo compran una bandeja de pasteles a la salida de la misa de doce.

La todavía alcaldesa de Madrid era una anomalía de la política española y lo más lógico es que tuviera un final atípico: en un país en el que la gente se aferra al cargo con un uñas y dientes, es un hecho sin precedentes que un gobernante con mayoría absoluta renuncie a la posibilidad de seguir en el machito y descarte concurrir a las próximas elecciones. Con sus estridentes meteduras de pata y con su descontrolada sobreexposición pública, Ana Botella era un cuerpo extraño en un universo político en el que los chicos realmente listos tienden a utilizar el perfil bajo como un sistema infalible de supervivencia. La autora del inmortal «relaxing cup of café con leche» es un experimento fallido del que nadie quiere saber nada. Acosada por una feroz oposición de izquierdas y abandonada por los suyos, ha optado por la única salida posible: marcharse a su casa. Su ausencia supone un durísimo golpe para los programas televisivos de chistes y de chascarrillos políticos.

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