Toca dar la más cordial bienvenida a la quinta temporada de La mitad invisible. Llegados a este punto nos vuelve a dar la impresión de que la espera ha merecido la pena. Que el periodo transcurrido desde que a primeros de año pararon las emisiones, no ha caído en barbecho.

Los miembros del equipo, cual hormiguitas, han trabajado duro, y los frutos ya están aquí. Trece entregas que culminarán con el capítulo dedicado a la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, allá por Año Nuevo, y que nos habrán dejado por el camino verdaderos ensayos audiovisuales a propósito de la copla Pena, penita, pena, de Quintero, León y Quiroga; a las películas Arrebato de Iván Zulueta y El crack de Garci; al Poeta en Nueva York de Federico García Lorca; a la canción Insurrección de El Último de la Fila; al montaje Belmonte de la compañía Gelabert/Azzopardi o al programa de televisión El orgullo del Tercer Mundo de Faemino y Cansado.

Así de ecléctico es el repertorio elegido por los de La mitad invisible. Un inventario capaz de ponernos la piel de gallina a quienes gustamos de estos manjares televisivos.

Qué forma tan refinada de realizar las presentaciones. Qué originalidad a la hora de elegir el enfoque de cada una de las disciplinas. Cuánta necesidad tenemos de disfrutar de formatos semejantes. Sobre todo en la encrucijada actual, en la que a la que nos descuidemos, a la hora habitual podría colársenos un partido de baloncesto como si nada.

Y sobre todo, qué necesidad tenemos de cultivar espectadores con una mirada renovada y militante capaces de saborear este tipo de formatos, de sentir una curiosidad infinita hacia contenidos así narrados así.

Porque parece que cada vez somos menos (es una impresión), larga vida a La mitad invisible.