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Francisco Esquivel

Muerte de un banquero

Que en momentos como el que atravesamos te conmocione la muerte de un banquero no es fácil. De un modo u otro, la de Botín ha sacudido a los que divisaban sus evoluciones desde lejos y a los cercanos, entre los que cruzaban apuestas sobre lo que duraría, siempre pensando en más allá de los 90 por cómo se cuidaba el gran patrón.

A mí me ha impactado por dos razones. Una, porque torbellinos informativos como los que se producen tras la desaparición de un personaje así, que representa lo que representa, me devuelven a un primer plano el recuerdo de mi padre, bancario, o sea empleado de banca durante más de cuarenta años en el Hispano ubicado en el mismo solar en el que siglos antes anduvo preso Miguel de Cervantes. Allí se dejó los ojos, la vista y la vida, ya que, tras la jubilación, lo sobrevivió apenas dos años. De chaval ya le cogí cierta aversión a la institución, aunque como mi padre siempre estuvo muy orgulloso de su Hispano, llevo incorporado en el ojal de una chaqueta el broche que le dieron por toda una vida.

Y también me ha llegado lo sucedido a través del testimonio que, sobre el presidente del Santander y su apuesta por el mundo universitario, me transmite desde hace años el profesor Pedreño, que sí me inspira confianza. Con referencia al panorama de la crisis, comenta Victoria Camps que «más cultura filosófica no implica necesariamente menos codicia. Pero la filosofía enseña a pensar y lo que ha llevado a esta situación es un cúmulo de circunstancias donde el pensamiento desinteresado brilla por su ausencia». Botín tiene sombras y luces. Primas únicas por un lado y pica en Flandes con su trasatlántico en la City por otro. Desde la casa se procuró que la noticia afectase lo menos posible a los mercados y se pudiera felicitar enseguida a Ana Patricia, a pesar de que el muerto es su padre.

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