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Matías Vallés

Botín no se fusionaba, compraba

Ahorrativo y terminante, le bastaban seis palabras. «El Santander no se fusiona, compra». Absorbente en lo financiero y en lo personal, pocos periodistas pueden presumir de haber entrevistado a Emilio Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos, porque «no mantengo entrevistas ni reuniones, mi oficio es discreto». El club periodístico se reduce al exigir además, para la incorporación, una entrevista con su hoy viuda, Paloma O'Shea. Como miembro del selecto grupo, pregunté:

-¿Señora de Botín es literal?

-Cada cual tiene su terreno. Mi marido disfruta con lo que hace y va a por todas, lo ha mamado desde pequeño.

Para restringir todavía más el censo, he entrevistado a Emilio Botín, a Paloma O'Shea y también he podido preguntar a Ana Patricia Botín, que me despachó con un optimista «las perspectivas económicas son buenas». La nueva presidenta del Santander consolida la generación de Felipe VI y Pedro Sánchez, pero se enfrenta a las mismas dificultades que el Rey y el líder socialista. La City londinense es mucho más escéptica que la prensa española de botafumeiro sobre la sucesión dinástica en el banco internacional.

Estábamos con Emilio Botín, marzo de 1992, en la sede central del Santander en Palma. He desfilado de bufón junto a Reyes, emperatrices como Farah Diba o estrellas de Hollywood. Jamás he contemplado las muestras de devoción o sumisión, a voluntad del lector, que despertaba a su paso el presidente del banco. No me hubiera sorprendido que algún empleado se arrodillara a su paso. A Botín tampoco.

Hay declaraciones de principios que acompañan a un personaje hasta el minuto de su muerte y más allá. Cuando Botín declaraba su «voluntad de adelantarnos a los acontecimientos», no solo detallaba una conducta que dinamitó los códigos bancarios. También estaba anticipando una desaparición fulminante, como la que acaba de protagonizar. Antes la destrucción que la derrota del declive, Ayn Rand estaría orgullosa de su discípulo.

Botín no intentaba convencer ni mucho menos seducir al entrevistador. Solo pretendía arrollarlo, cuando el periodista siempre tímido mantenía la ficción de un fraternal colectivo bancario. «Hoy en día ya no hay Banca, sino bancos. Hace años éramos parecidos, pero ahora cada cual tiene su estrategia propia». Cada entidad, un rival a aniquilar. Hablaba tan físicamente que parecía a punto de colocar el codo sobre la mesa para retar a un pulso a su interlocutor. El peso de su reloj le hubiera concedido una ventaja considerable en el forcejeo.

Botín no juega al golf, compra. Con un hándicap de nueve, «a veces se habla de negocios durante una partida. Es una forma de relacionarse comparable a la comida o el desayuno de negocios». El presidente del Santander murió sin relajarse ni un minuto, o precisamente por eso. Los biógrafos deberán concentrarse en la inspiración que la carrera del fallecido recibió de su yerno temporal, Severiano Ballesteros, porque «soy su fan más radical».

Conmocionados por el estallido del corazón del Producto Interior Bruto español, olvidamos el peso de su viuda. Paloma O'Shea lo citaba con un sobrio «él», Botín hablaba de «mi mujer», la misma que «se encarga de estas cosas culturales». La promotora musical también jugaba al golf. Me dijo que su esposo le escuchaba por la cuenta que le traía, pero me prohibió escribirlo. La versión autorizada es que «como poseo una personalidad fuerte, hubiera sido la misma en otras circunstancias». Queda claro.

«Cada día tiene su afán», respondía Botín si se le mencionaba una iniciativa fallida. Vivió al día. No esponsorizaba a Fernando Alonso. Lo tomaba como modelo, porque había vivido el drama del heredero en quien nadie confía. Quería ser el más veloz y el más exacto, el que propinara como Ballesteros los mejores golpes. Ensayaba contra los periodistas, cuando expresaba en tono admonitorio que «voy a exponerle mi opinión despacio, para que la apunte con exactitud».

Botín era demasiado sincero para dar entrevistas. O para propinarlas. No procede beatificarlo. Cometió errores garrafales, como mantener al condenado Alfredo Sáenz. El presidente del Santander amaba el dinero, pero como un escultor al mármol, cuestión de materia prima.

-¿Cuánto dinero negro queda en España?

-Yo lo llamaría dinero opaco.

No se expresaba de modo categórico por una cuestión estratégica, pero su firmeza enmascaraba sus predicciones desventuradas. Por ejemplo, «ni hemos participado ni participaremos en medios de comunicación».

Botín ha sido un eje de la política española, más cercano a un capitano de empresa italiano que a un discreto francés o estadounidense. Por ejemplo, Zapatero perdió las elecciones el día en que permitió que el presidente del Santander tomara posesión de La Moncloa en tirantes. En la entrevista disimuló su poder. «Un banco tiene que seguir las directrices del Gobierno, sea el que sea». En especial, si el banco ha dictado previamente las directrices en cuestión.

El propio Botín enfatizaría que hoy toca hablar de la sucesión. La mejor definición de Ana Patricia Botín me la suministró su madre. «Mi hija es dócil. Tiene una cabeza muy buena y le gusta lo que hace. Es ambiciosa, pero lo fundamental para ella y para mí es el amor a la familia». Se llega así al núcleo del problema, porque el apellido cántabro dejó hace tiempo de definir con sus apellidos al Santander. La Sagrada Familia del banco son hoy los Al-Thani, la estirpe que también gobierna el ubicuo emirato de Catar.

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