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Un banquero de raza y rompedor

Cuando todavía sufrimos las consecuencias de la crisis financiera internacional, resulta casi provocador hablar bien de la función bancaria. Tiene lógica: la crisis ha obligado a las autoridades de muchos países industrializados a salir, con dinero público, a rescatar a grandes instituciones, mientras se recortaban gastos sociales, se destruían puestos de trabajo y aumentaba la pobreza y la desigualdad.

La historia reciente nos ha demostrado que la banca puede ser un elemento esencial en la generación de profundos desequilibrios. Pero ello no puede hacernos olvidar el importante papel que ha jugado y juega en el desarrollo de las economías de mercado para generar riqueza con alcance general. Si no existiera la banca, volveríamos a inventarla.

Sin duda todos tenemos en mente a algunos banqueros que, en los últimos años, nos han hecho perder el sueño y cuya actuación nos ha indignado. Como en otras, en la profesión los hay buenos y malos.

Y se nos acaba de ir uno bueno; muy bueno. Desde que nació, probablemente, lo prepararon para hacer lo que finalmente ha hecho; pero el resultado ha sido incluso mejor de lo que podían soñar quienes ahí le pusieron.

La profesión de banquero es muy aburrida, porque debe guiarse por la máxima prudencia, ya que «se juega» con el dinero de los demás. Emilio Botín Sanz de Santuola quiso que la de banquero fuera una dedicación «más divertida», y siendo relativamente joven, en un ambiente de viejos presidentes, partiendo de una situación de clara desventaja, decidió animar el mercado, compitiendo en precio por la captación de depósitos de clientes, a través de la Supercuenta Santander. Sin hablar con nadie, sin ponerse de acuerdo -como era usual- con sus colegas. La expresión común del momento -y hablamos de los ochenta- es que había abierto una guerra en el sector. Lo cierto es que contribuyó a mejorar la competencia en un mercado de perfil claramente oligopolísta.

Y, desde entonces, ya no paró, a través de distintos tipos de estrategias y operaciones. Se empeñó en hacer del suyo, el banco más grande de España y, después, uno de los mayores y eficientes del mundo. Lo consiguió, a pesar de no ser algo fácil.

Se nos acaba de ir un gran banquero, de raza, de cuna; un banquero de los que hacen falta. Enhorabuena por todo lo hecho, don Emilio.

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