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Las encuestas son eso mismo: sondeos hechos preguntando a una parte menor aunque supuestamente representativa del conjunto de los ciudadanos qué harían de encontrarse en situación de tener que acudir a las urnas. Llegado el momento, cuando el voto es real y no imaginario, buena parte de los encuestados y no digamos ya de la población entera hace eso u otra cosa, cuando no se abstiene sin más. Entre la encuesta y el voto que no tiene marcha atrás va la misma distancia que separa las pruebas de laboratorio de los acontecimientos sociales, ya se trate de ensayar una vacuna o de anticipar el comportamiento electoral. Pero el hecho de que un sondeo arroje resultados inquietantes debe advertir acerca de que la enfermedad existe y ha llegado ya la hora de dar con el fármaco adecuado.

Una encuesta llevada a cabo en Francia nos amargó el fin de semana. De acuerdo con sus resultados, la señora Le Pen, de ideología ultraderechista, ganaría las elecciones siempre que su contrincante fuese el presidente Hollande. Como es natural, llegado el caso las circunstancias y las condiciones que llevan al voto podrían cambiar de manera radical. Puede que, en un sistema a dos vueltas, Le Pen llegase a la segunda y Hollande no. Puede que uno y otro se viesen superados por una alternativa más fuerte. En cualquier caso quienes gozan de memoria suficiente recordarán que otro Le Pen, el padre de la actual líder del Frente Nacional, se jugó la presidencia de Francia hace doce años con Jaques Chirac como contrincante. Esa opción fue considerada en su momento como insólita y condujo a un comportamiento curioso: la izquierda francesa en bloque „en un bloque suficiente, al menos„ votó a Chirac multiplicando por cinco los votos recibidos por éste en la primera vuelta y celebró su victoria como si fuese propia. Lo sé porque esa noche yo me encontraba en la plaza de la Bastilla, oyendo las canciones de la Guerra Civil española y contemplando cómo ondeaban las banderas tricolores de la república aunque en teoría aquello nada tenía que ver con nuestro país y se tratase de optar entre la derecha moderada y la extrema en Francia.

Si algo me quedó claro entonces es que las encuestas tienen un valor racional pero carecen de la presión emotiva suficiente para que sirvan como reflejo de la realidad. Dicen lo que dicen y, en este caso, que la ultraderecha xenófoba y racista es el recurso al que se agarran quienes dan a Hollande por liquidado y prescindible. Si ese mecanismo que separa la teoría de la práctica se aplica o no al caso de la votación soberanista escocesa, con unos sondeos publicados al mismo tiempo que los de Francia y que, por primera vez, otorgaban la victoria a los partidarios de la independencia, no lo sabremos hasta que el referéndum se celebre. Es ése el argumento principal que, a mi entender, convierte en necesario el dejar de lado de una vez por todas las encuestas y dejar que hablen las urnas. Como es lógico, me estoy refiriendo a Cataluña.

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