La entrevista publicada ayer domingo por INFORMACIÓN al presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, pone, entre otras cosas, de manifiesto los denodados esfuerzos que está haciendo el jefe del Consell por enderezar el rumbo de una herencia envenenada que le mantiene, desde que se hizo cargo de las riendas del ejecutivo autonómico, atenazado, sin apenas capacidad para la gestión política, sin margen para incidir desde la administración pública en la mejora de la situación económica o en actuaciones para ayudar a los que esta crisis está dejando en la cuneta y, lo que preocupa más a su partido, con nula capacidad para hacer que la fuerza política que lidera remonte el vuelo ante la opinión pública.
Probablemente Fabra esté convencido de que no puede hacer más de lo que hace y que encuentre consuelo, así se dejaba entrever en sus respuestas, en haber puesto coto a los desmanes de sus predecesores, sobre todo Francisco Camps, y en lograr que al menos la Generalitat pague sus nóminas y a sus proveedores. Se equivoca. Tal y como están las cosas, sólo le queda una alternativa a acabar quemado en la hoguera de los próximos comicios: soltar lastre y romper amarras.
Es un camino difícil y lleno de complicaciones, pero el único que le queda. No puede permitir ni por un segundo más que Madrid le siga dando con la puerta en las narices a las justas reivindicaciones de una mejor financiación de la Comunidad Valenciana, y seguir mostrando comprensión con el Gobierno central no es el camino.Le queda poco tiempo y la única posibilidad que tiene para no permitir que la pesada losa de la herencia recibida acabe siendo la lápida de su muerte política es abanderar ante Mariano Rajoy la exigencia de un trato justo para esta autonomía.
Retirar la reforma del Estatut del Congreso, como ha hecho el PP esta semana, o dejar que nos pongan a la cola de las ayudas para la formación a los parados son la constatación de un fracaso que sólo puede llevar a Fabra a otro fracaso, el electoral.
