Los ciudadanos están hartos de ingerir, con su hedor insoportable, tanta corrupción, desfalcos, cohechos, malversaciones, latrocinios y derroche del dinero que han pagado con sus impuestos. Están hartos del endeudamiento alcanzado y que les hipoteca en lo que les resta de vida, que seguirá atando con los grilletes del déficit a sus herederos: hijos, nietos y quizá bisnietos, a los que les queda una herencia envenenada, con la que habrán de apechugar, sin poder renunciar a ella, salvo que huyan a otro país.

Es vergonzoso que el «¡Indignaos!» de Stéphane Hessel y Sampedro, no sirviera para nada; que el fenómeno Podemos sólo les empiece a intranquilizar, y les sirva para descalificar, cuando su éxito es la mejor prueba de descalificación para ellos: la prueba de su fracaso. Y ni aún así se emprende la regeneración política ni la reforma de la Administración. Sólo parece preocuparles el seguir acaparando cargos en las próximas elecciones, y de ahí su propuesta de reforma electoral a meses vista, mientras la oposición no ofrece soluciones e incurre en similares males.

Las tragaderas del pueblo ya no dan abasto para deglutir tanta inmundicia, y, salvo que se produzca un cambio de 180 grados; salvo que se vacíen las instituciones y las candidaturas de todos los imputados, sin dejar siquiera sospechosos e ineptos, y se haga sin conmiseración; salvo que desaparezcan los déspotas desilustrados, los cínicos y los prepotentes, y no quede ni un solo implicado, algo va a pasar en este país en el que el número de los parados no mejora, pese a la emigración, y al retorno de los inmigrantes, en donde la deuda pública sigue desbocada y ha aumentado un 50% en los tres años últimos, en el que el gasto público no se contiene y la recaudación apenas mejora; en donde el apunte positivo del PIB se ve amenazado por el estancamiento de Alemania, la caída de Francia, la incapacidad de Italia, y por el peligro de deflación. Menos mal, que el Banco Central Europeo empieza a enterarse de la anemia que padece la UE, y ha bajado los tipos de interés a niveles históricos y se compromete a adquirir bonos, cosas que, si hubiera hecho hace tiempo, otro gallo cantaría a esta Europa del «laissez faire, laissez paser». Y es que el mundo no va por sí solo.

Los signos de mejora que se perciben son escasos e insuficientes para servir de basamento a la recuperación y son, no nos engañemos, fruto del esfuerzo del sector privado, especialmente de la clase obrera y media, que se ha cargado a sus espaldas el terrible esfuerzo por la competitividad y la partición de muchos gastos sociales. La mejora de la confianza puede ser un mero espejismo si no se adoptan medidas de estímulo eficaces para acabar con el austericídio que nos devora. El miedo a la inflación de Alemania está fuera de lugar, es un anacronismo, como el tener temor a la Inquisición en el presente, y ha conducido a la Unión Europea a un estancamiento que ya se vuelve contra ella. La herencia que nos dejará no va a ser pequeña; de momento ya va para siete años la agonía.

Pero el hartazgo ciudadano se acrecienta, como decía, por la putrefacción de los descubrimientos de conductas despreciables entre los representantes del pueblo, y no va a ser fácil que perdone. Aunque para los creyentes la Biblia diga que se debe perdonar a nuestros enemigos, nada dice respecto a los amigos y conocidos, así que se preparen. ¿Qué decir del Molt Honorable Jordi Pujol y los suyos? Que en escasos días haya logrado que apareciesen datos, cifras, escondites, y presuntas comisiones a su favor; que saliera a flote lo indescriptible, dejando pasmados a los más inocentes, a quienes no creían que en la política -aunque toda regla tenga su excepción- «quien parte y reparte se queda con la mejor parte», ¿o con toda?

Nadie entiende que tras la manifiesta denuncia en el Parlament, de Pascual Maragall en 2005, sobre la percepción de un 3% de comisión ilegal sobre todos los presupuestos de obras públicas, nada se hiciera ni denunciara, ni que Carod Rovira dijese que podía alcanzar el 5%, y como si tal cosa; que Banca Catalana se fuera al hoyo y aún creyendo que el «vivo» se quedó con el bollo, nadie abriera la boca; ni que los astronómicos movimientos de dinero por al menos siete países e incontables paraísos fiscales -mejor dicho, «vertederos fiscales»- no hayan exigido tomar cartas en el asunto. Que las pesquisas y expedientes de comprobación no hayan salido a la luz hasta ahora, más de diez años después, y porque él lo confesó, cuando al más modesto de los contribuyentes por el más pequeño indicio se le llama y practica una declaración provisional, incluso en el mes de agosto, para fastidiar las vacaciones, mosquea hasta al más pintado.

Que siendo por aquel entonces su consejero de Economía el actual President, Artur Mas, que este fuese nombrado su heredero, y que el mismo delfín se asombre de hechos tan manifiestamente escandalosos como si nada supiera es para pensar que o es un cínico impresionante o un ignorante descomunal: a cual peor.

Como alguien podría pensar que todo el monte es orégano, se ha encargado al ministro Montoro de desembrollar el embrollo€ Eso sí, démosles tiempo, quizás, mientras tanto, se apacigüen las cosas, y se olviden. Dicen que la distancia es el olvido, salvo que la familia meta la pata, como la señora Ferrusola, que no se ha podido contener y ha enviado a la mierda a un periodista que le molestaba. Son unos déspotas que después se vestirán con piel de cordero, y como Carlos Fabra se atreverán a pedir el indulto, que, además, ha pedido plazo para pagar las sanciones ¡Qué cosas! ¿Por qué no juega a la lotería, si tiene seguro el premio Gordo y así paga?

El ministro Montoro lo ha dejado claro al decir: llegaremos hasta el fin. Lo peor sería que el desenredo le lleve toda una vida. Ya debía estar picado el ministro porque el actor Luis Tosar se ha quejado de sus pesquisas, y a Tita Cervera le envió un requerimiento con la pareja de guardias civiles porque duda de su domicilio habitual en Suiza. Debió mosquearse el pasado mes, cuando, de buenas a primeras, conoció el epitafio que le dedicó José María Bejerano, un vecino de San Pedro de Latarce, en Valladolid, según dicen, buena persona, católico, músico y amigo de las bromas, que harto de pagar el IVA al 21%, por ser director de una orquesta local que amenizaba las fiestas populares, le pidió a sus hijas que inscribieran en su lápida en el cementerio, tras su muerte, la siguiente leyenda: «Montoro cabrón, ahora ven y cobras». Dicho y hecho: así figura en la lápida que se ha convertido en la atracción del verano, para quienes no dejan de visitarla.

Por si fuera poco le acaba de caer la mayor: la obligación impuesta por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea el pasado miércoles de reformar el impuesto sobre sucesiones y donaciones, porque el Estado español discrimina a los extranjeros que den o reciban donaciones o herencias en España y a los españoles que residan en el extranjero, ya que les aplica la tarifa general sin deducción alguna, mientras que son las comunidades autónomas las que gravan a los residentes tratándolos a cuerpo de rey, con deducciones que llegan a alcanzar hasta el 99%. No dirá que no se lo había advertido dos veces la Comisión, aunque hacía oídos sordos y se beneficiaba de las herencias a los extranjeros. Como decía Chejov, «enterrar a algunas gentes constituye un gran placer». RIP.