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El comercio, protagonista de la escena urbana

El urbanismo, con sus normas para determinar las construcciones, el trazado de las vías y el aprovechamiento de los espacios viene a significar algo así como la estructura física que sostiene las ciudades.

No hace falta, pues, que les insista sobre el importante papel que juega en la configuración de las mismas, en su aspecto y en su funcionalidad. La escena urbana, el «skyline», y las dotaciones de uso público, que tanto influyen en la creación de los ambientes zonales, provienen de la normativa que se haya planificado para aplicar en el desarrollo de los asentamientos urbanos. Pero, con ser importante, no solo se debe al cumplimiento de ese conjunto de disposiciones la percepción del atractivo que una ciudad pueda transmitir a sus usuarios, bien sean residentes o visitantes; intervienen otras circunstancias que escapan, a veces, a la previsión del urbanista.

En las grandes ciudades, su historia, los acontecimientos de los que han sido testigos activos y otras circunstancias, han dejado constancia de un conjunto monumental y una espectacularidad en su trazado que ya de por sí constituyen un importante complemento para su atractivo. No obstante, en los municipios menores, que por regla general identificaríamos como los «turísticos», no suelen concurrir estas mismas circunstancias. Su escasa notoriedad en el discurrir de la historia, su modestia social y económica; en suma, su falta de relevancia en tiempos pasados, les ha privado de las huellas monumentales que tanto abundan en los anteriores. O sea, que su belleza viene condicionada por elementos de índole más superficial, relacionados con el aspecto que transmiten sus fachadas, su mobiliario urbano, el uso y apariencia de sus bajos comerciales y sus terrazas. En todos los casos, no obstante, podría decirse que si las normas urbanísticas constituyen el esqueleto, el cuerpo de una ciudad; lo que se vive en sus calles corresponde más bien al papel de la cara, que con su mirada y su expresión es, en definitiva, lo que nos enamora.

Centrémonos pues, como corresponde a la vocación demostrada de esta columna, en las localidades turísticas. Esas en las que no proliferan los recursos histórico-monumentales, pero que rebosan de atractivo para satisfacer a millones de clientes anualmente. ¿Dónde está su «gancho»? Está visto que está en sus calles, pero ¿quién protagoniza, resalta e imprime carácter en ellas? Es evidente que se trata de su comercio. La actividad que desarrollan estos establecimientos, acompañados de la de los bares, restaurantes, cafeterías y otros dedicados a la diversión nocturna es lo que configura la imagen del lugar. Importantes servicios (alojamientos, administrativos, asistenciales, etc.) al prestarse de puertas adentro en el interior de los edificios, o en el extrarradio urbano, cualifican la oferta turística, sí; pero no condicionan tanto la imagen callejera del destino. Claro, la retina se carga prioritariamente con lo que más fácilmente capta y cuando se deambula por las calles, principal ocupación de los visitantes de los municipios turísticos, lo que más se ve es lo que se ofrece en ellas.

El comercio, que es quien ocupa el mayor espacio de la escena urbana, tiene una responsabilidad trascendental en la imagen de los pueblos. Su nivel y, sobre todo, el de los productos en oferta influyen en la percepción y el recuerdo que los visitantes obtienen durante su estancia. Tal como nos vean, así nos recordarán. Y lo que más se ve, aun por encima de las infraestructuras viales, es la gran masa de artículos expuestos que las cubren profusa y abundantemente.

Así que importa -y mucho- acertar en el enfoque que se dé a un tema de actualidad en estos días: la apertura y los horarios comerciales en zonas turísticas. A lo mejor yo tampoco doy en el clavo, pero mi reflexión es la siguiente: ¿Cómo nos prefieren los visitantes, con actividad comercial o sin ella? Si no sabemos la respuesta es muy sencillo: preguntémosles. Cualquier cosa antes que meter la pata por precipitación. (¡Hay que ver que perra me ha dado a mí ahora con lo de consultar todo a los usuarios!) ¿Se imaginan una ciudad cuyo comercio permanezca cerrado durante la estancia de los turistas?

-Perdonen, vuelvan el lunes si quieren comprar algo, les diríamos.

-El lunes estaré ya en mi casa, puede que nos contesten.

-Pues lo sentimos, hoy está cerrado.

Desde luego hay escenas muy surrealistas, ¿saben quién está en contra de que el Consell conceda áreas con libertad horaria? Asómbrense: los comerciantes. Sí, señores, la Plataforma pel Comerç Valencià, así se lo pidió al Conseller, con el argumento de que «la apertura en domingos y festivos ha supuesto una pérdida de cuota de mercado del 15% a los pequeños negocios».

-Hala, mientras estábamos cerrados, otros se forraban. Si cierro yo que cierren todos, era su mensaje.

¡Impresionante! No pedían poder abrir ellos también, sino que cerraran los otros. ¡Increíble!, los comerciantes en contra de que se comercie. Va contra natura, ¿no? Es como si los militares se volvieran anti armamentistas. O los religiosos activistas a favor del laicismo. O aún peor: que los madridistas votaran a Messi para el balón de oro. Ver para creer.

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