Una de las cosas más sorprendentes que se han producido en el relevo del arzobispado de Madrid ha sido la negativa del hasta ahora todopoderoso Antonio María Rouco Varela a abandonar el palacio de San Justo donde ha vivido los últimos 20 años. Tras enterarse de que el nuevo Papa no quiere seguir contando con él ha asegurado que construirá un apartamento para su sucesor en el palacio en el que vive, pero que en cualquier caso continuará viviendo en él. Y lo sorprendente a que me refiero viene dado por el hecho de que cuando un grupo de desahuciados por no poder pagar sus hipotecas ocuparon la Catedral de la Almudena como forma de protesta, Rouco Varela no dudó en reclamar a la policía que hiciera lo necesario para su desalojo olvidando aquello de que una iglesia es ante todo lugar de refugio para los que pasan dificultades.

Con la marcha de Rouco Varela de la principal plaza católica española el Papa Francisco parece que pretende dar por terminada la política de enfrentamiento con el poder político que se dio sobre todo en España y que inició en su día Juan Pablo II y que continuó con Benedicto XVI. Si por algo se ha caracterizado el exarzopispo ha sido por situarse, en el pasado reciente, al frente de manifestaciones organizadas por el sector más a la derecha del Partido Popular que confundió el ideario religioso personal con la acción política de un Estado de derecho. Sus continuas declaraciones incendiarias, como el absurdo recordatorio de la Guerra Civil española en el funeral de Adolfo Suárez, han situado a la Iglesia Católica lejos del interés que debería prevalecer en su actividad, como por ejemplo generar la concordia necesaria, desde su teórica posición de equidad, en la búsqueda del bien común que logre generar en España un lugar más justo acorde con los principios cristianos proclamados por Jesucristo. Su oposición al matrimonio homosexual, siguiendo el parecer del Vaticano, lejos de querer entender la posición de una sociedad nueva que se adentra en el siglo XXI, partió siempre de una frontal oposición partidaria del frentismo en vez de evitar juzgar a los demás.

Ha coincidido en el tiempo su sustitución con la muerte del que fuera obispo hasta su jubilación en el año 2005, Ramón Echarren, mano derecha del cardenal Tarancón el cual tuvo una importancia fundamental durante la Transición al conseguir meter con calzador a la Iglesia Católica en el proceso democrático. Echarren, que fue defenestrado a las Islas Canarias por Juan Pablo II por su posición contraria a la actuación de la Iglesia española durante la Guerra Civil y el franquismo, se opuso a esa parte de la jerarquía católica contraria a la Constitución española pero favorable al golpe de Estado de 1936 que representados por Rouco Varela siguen pensando que, desde su cómoda posición conseguida gracias a su apoyo decidido al franquismo y a un proceso constituyente donde se mantuvo en una gran parte la influencia que durante siglos han tenido sobre la sociedad española, pueden mantener su antigua capacidad de decidir sobre la moral y costumbres de los españoles extendiéndolo a las leyes que se aprueben en nuestro país.

Se sigue echando en falta una mayor implicación de la jerarquía católica en la denuncia pública de las condiciones en que se encuentra un tercio de la población española, en el umbral de la pobreza, y en las causas que las han motivado. Con la elección del nuevo Papa Francisco se ha comenzado a observar tímidos avances a favor de la armonía, dentro de la iglesia católica, de las distintas sensibilidades y orientaciones que existen del mismo modo que también se producen en la sociedad civil. Durante el mandato de Rouco y los papados que se sucedieron en él, no ha habido la menor voluntad de acercar a las iglesias a personas católicas, con modos de vida tachados de irresponsables, cuando no de desviados, que durante los últimos años fueron expulsados de ellas. El enfado que al parecer ha motivado su destitución caracteriza al expresidente de la Conferencia Episcopal como una de esas personas que en su trabajo se considera tan imprescindible que pretende nombrar su sucesor cuando abandona su puesto considerando una afrenta que su opinión deje de tener importancia. Todos hemos conocido alguna vez a alguien así.

Que Rouco Varela no tenía cabida en la concepción de la Iglesia que al menos en sus titulares tiene el actual Papa, hacía previsible su sustitución desde hace tiempo. Rouco Varela, con coche oficial y chófer, con su lujosa residencia oficial en un palacio, dista mucho de un Papa que ha renunciado a vivir en un apartamento de 300 metros cuadrados para residir en la residencia Santa Marta con otros eclesiásticos, un Papa que cuando puede conduce él mismo un viejo 4 latas por los alrededores del Vaticano.