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Antonio Sempere

Un desastre histórico

Como dice Lucía Etxebarria, siento simpatía por el débil. Por eso un día como hoy me acuerdo muy especialmente del fiasco de El pueblo más divertido, cuya gala final fue desterrada a las 2 de la madrugada del martes al miércoles, acabando al filo de las 4. Mereció la pena la trasnochá para sentirse solidarios con la causa, para comprobar lo ingratos que pueden llegar a ser los caminos de este mundo de la televisión. Que lo mismo te catapulta que te hunde.

¿Quién iba a decir a todos los integrantes del equipo del programa, cuando lo grabaron meses ha, que aquella acabaría como el rosario de la aurora, o séase, relegado en el más oscuro de los ostracismos? ¿Cómo podían imaginarse los alcaldes de los pueblos seleccionados, cuando fueron elegidos para la causa, que la hipotética catapulta a la fama y a la popularidad se tornaría en soberana indiferencia?

TVE asimiló que había errado el tiro cuando ya era demasiado tarde, cuando las trece entregas estaban enlatadas y listas y envasadas al vacío para ver la luz en el prime time. Nada de esto sucedió. A la tercera fue la vencida. El programa cumplió el requisito de salir en antena como se despachan los asuntos desagradables. Con nocturnidad y alevosía. Pero para el final se reservó el peor de los tragos. Para el desenlace los programadores no tuvieron contemplaciones. Hasta las dos de la madrugada, ni un minuto antes, tuvo que esperar Mariló Montero a dar sus buenas noches. Para entonces, ni que decir tiene, la audiencia estaba durmiendo. De los pocos insomnes, sólo un 2% sintonizaron con el concurso. Un desastre histórico. Pobre Millán Salcedo.

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