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Los bárbaros del Estado Islámico no lo son porque hayan decapitado a dos periodistas norteamericanos; al segundo incluso después de que su madre hubiese suplicado clemencia en público. Ese hecho redunda en la barbarie pero la condición de salvajes la habían alcanzado ya de sobras los nuevos califas por sus programas de exterminio de los yazidies „ a quienes también decapitaban o crucificaban„, por el sometimiento con el que acosan a las mujeres o por las angustias que imponen a los ciudadanos bajo su yugo. En realidad dos muertes más a añadir a las que alcanzan un número incalculable si sumamos las guerras de Afganistán e Irak, sin necesidad siquiera de añadir el conflicto permanente entre judíos y árabes, serían incluso asunto un tanto secundario. Pero los fundamentalistas del califato han elegido un medio de ejecución capaz de subrayar el carácter de represalia y ganar notoriedad en las televisiones, radios y periódicos. Hay que admitir que han triunfado: se ha hablado y escrito mucho más de James Foley antes y de Steven Sotloff ahora que de ninguna otra pareja de ejecutados.

Decapitar con un machete no es ni mejor ni peor que ahorcar, guillotinar, dar garrote, electrocutar, gasear o matar mediante una inyección en vena. Se trata en todos los casos de lo mismo, de una venganza de un supuesto o real poder público, haya habido por medio un juicio con garantías o un simple capricho del sátrapa de turno. Que países como China, la India, Japón o los Estados Unidos mantengan la pena de muerte en sus códigos minimiza en cierta forma la barbarie de los muchos califas que aún existen en el planeta. Se podría sostener que una muerte rápida es mejor que una tortura mantenida pero los episodios recientes de agonías de reos estadounidenses que se han prolongado a lo largo de muchos minutos tras una inyección que se vende como un sistema humanitario de despachar al condenado pone de manifiesto que son muchos y muy diversos los bárbaros en este siglo XXI.

No obstante, la decapitación elegida por los fundamentalistas y grabada en un vídeo para mayor disfrute de los curiosos no es una elección al azar. Cortar la cabeza permite exhibir luego ésta como trofeo para que la humillación se prolongue. Salomé le pidió a Herodes la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, según nos cuentan algunos libros santos, y el gesto iba mucho más allá de deshacerse de un profeta incómodo. Tanto como para haberse convertido en todo un icono para los artistas medievales y renacentistas. Parecía que el interés por la venganza de la mujer del rey Herodes había decaído pero el episodio de las represalias del Estado Islámico rescata ese morbo por la decapitación. Incluso cabría entender que dar eco a la noticia redunda en beneficio del nuevo califato. Pero no nos engañemos. El portal del ministerio de Sanidad del reino de España indica que este año llevamos ya cuarenta víctimas mortales por violencia de género. Si eso no es barbarie, más vale que nos lo hagamos mirar.

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