Quien todavía no haya oído hablar de los minijobs -minitrabajos- ya puede ir familiarizándose con el término. Son contratos de baja remuneración y máximo 15 horas de trabajo a la semana que están funcionando en Alemania desde 2003 y que han servido en este país para mantener activa la economía en lo más oscuro del túnel de la crisis.

Desde que empezó esta crisis, provocada, no lo olviden, por los excesos cometidos en el libérrimo mercado financiero -y en el inmobiliario en el caso español-, la patronal y la derecha político-mediática no han parado de recetar no solo bajadas salariales, que han conseguido con la reforma laboral, sino algo peor: trabajos a 400 o 450 euros. Como en Alemania. Ese país que fue ejemplo y envidia y ahora les aplica la austeridad a sus ciudadanos.

¿Qué es mejor, estar parado o trabajar? ¿No es mejor trabajar aunque sea por poco dinero?, inquieren los defensores del trabajo barato -para el resto, no para ellos-. Y claro, quien se atreve a poner un pero a esas preguntas-trampa es inmediatamente tildado de vago, antisocial, antiguo o insolidario, por mucho que el de los peros se desgañite argumentando que salarios como esos condenan a la pobreza ahora y a la miseria en la vejez, porque ahora con ese dinero no se pueden pagar los mínimos vitales y porque la ausencia o la pequeñez de las cotizaciones sociales solo dará derecho a una pensión asistencial.

Como ya hemos dicho el «invento» es alemán. El país que dirige Angela Merkel ha sido siempre la musa para sus vecinos del sur, especialmente en lo que a cifras del paro se refiere -con una tasa del 5,4% frente al 26,8% de España-. La última sugerencia del FMI de rebajar un 10% los salarios en nuestro país para «impulsar el empleo» parece un intento de querer acercarnos al milagro alemán pero, ¿es oro todo lo que reluce? Aproximadamente siete millones de alemanes, uno de cada cuatro trabajadores, tiene un contrato de bajo salario, los famosos minijobs (miniempleos). Para algunos, un mecanismo de entrada al mercado laboral y una fórmula para flexibilizar el empleo; para otros, un instrumento que fomenta el trabajo precario y de baja calidad.

Para llegar al origen de este modelo económico tenemos que remontarnos a la década de los 90 cuando, tras la reunificación, entra con fuerza en el mercado laboral alemán la jornada reducida: cualquier empleado que no superase las 15 horas semanales o los 50 días anuales y que ganara menos de 630 marcos. En abril de 1999, con la introducción de la moneda única, se elevó el límite salarial a 325 euros. Finalmente, en 2003, el Gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder «parió» los minijobs para reducir la tasa de paro y aflorar la economía sumergida heredada de la crisis económica tras la reunificación.

En España la cosa comenzó cuando el Banco Central Europeo (BCE) compró deuda soberana española e italiana en los mercados secundarios, Jean-Claude Trichet, su entonces presidente, mandó una carta a Zapatero que fue filtrada por los sindicatos. Una de las condiciones era la implantación de miniempleos en España. La Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) defendió su introducción, pero los sindicatos españoles anunciaron su oposición a esta medida, argumentando que la misma suponía una nueva degradación del empleo; además, creando un falso espejismo, puesto que no era la solución para que las pymes puedan crear trabajo.

A fecha de hoy en nuestro país el empleo por horas se está convirtiendo en el contrato estrella, el minijob español, para alcanzar los efectos estadísticos que la debilidad del PIB no es capaz de conseguir.

De los 14,7 millones de contratos totales que se realizaron en 2013, casi 5,3 millones, es decir, el 36% fueron por horas. Es decir, de cada cien nuevos empleados, 36 han accedido a un trabajo con jornada parcial. De ellos, 30 puestos se han cubierto mediante un contrato temporal y seis mediante uno indefinido, también por horas. Desde que el PP llegó a La Moncloa, con una vuelta a la recesión por medio, se han formulado 800.000 contratos nuevos bajo esta modalidad. Sin embargo, CCOO denuncia que se ha abandonado la búsqueda de empleo estable. En 2013 se perdieron 669.000 empleos a jornada completa mientras que se han creado 137.000 a tiempo parcial.

Según datos de la EPA, en el cuarto trimestre del pasado año había 2.739.100 ocupados con trabajo por horas, casi 200.000 más que en el año precedente y medio millón más desde que comenzó la crisis. Esto significa que en seis años han desaparecido más de cuatro millones de personas del mercado laboral que trabajaban a jornada completa, mientras que han aparecido 500.000 en las jornadas por horas.

Este nivel de ocupación significa que el 16,3% del empleo en España tiene ya jornada a tiempo parcial. Es lo que hay. Esta modalidad es más frecuente en el sector de servicios donde prácticamente uno de cada cinco empleos es por horas (19,3%). Es lógico porque este contrato suele prodigarse en la hostelería y el comercio. Hay casi 2,5 millones bajo esta modalidad, el 90% del total de empleados a jornada parcial. Mientras, en la agricultura y la industria llegan al 6,3% y en la construcción al 2,1%.

De momento esto es lo que tenemos. Si es bueno o malo, el debate está servido.