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Punto y seguido

U na de las expresiones más ambiguas del fútbol es la de «un buen resultado». La lógica dice que la frontera entre un resultado bueno y otro malo deberían marcarla un empate a domicilio o una victoria mínima en casa. Pero si el fútbol fuera una actividad lógica el Liverpool no habría fichado a Balotelli ante el evidente riesgo de alteración del orden público ni el Real Madrid se habría debajo remontar dos goles frente a un equipo que sopesaba destituir a su entrenador hasta que el mariachi de Florentino perpetró una de sus rancheras defensivas en Anoeta. No, «un resultado lógico» también es sinónimo del castizo «salvar los muebles», del aliviado «podría haber sido peor» o del estadístico «un punto es un punto», tres síntesis ajustadas de esos partidos que amenazan catástrofe y finalmente quedan en contratiempo.

El Elche frecuenta forzosamente este territorio ya que padece las carencias del humilde agravadas por peculiaridades como la de no poder dar de alta a cuatro jugadores por culpa del límite salarial impuesto por la Liga. Renuncien a entender por qué los clubes pobres sufren límite salarial mientras que los ricos ni siquiera son sociedades anónimas. Un club cuya plantilla debe renunciar a parte de sus ingresos para que todos puedan jugar es un club adicto a «los buenos resultados» con regusto agridulce como el del domingo (hora de Transilvania) contra el Granada. El Granada se adelantó en el minuto 81, una incidencia casi definitiva salvo si el árbitro utiliza el mismo cronómetro que su colega de la final de la Champions, y la novedad no sorprendió a los somnolientos espectadores. Los arranques achacosos y la atonía del juego son dos características heredadas de la pasada temporada y conviene recordar que el equipo se repuso con holgura. El Granada no es evidentemente el Chelsea, aunque Caparrós sí sea la versión cañí de Mourinho, pero ocurre que el Elche tampoco es uno de esos equipos que haya hecho de las remontadas una disciplina artística. La inexistente lógica del fútbol indicaba que los jugadores del Granada sufrirían una epidemia de lipotimias y su portero extraviaría el balón cada vez que tuviera que sacar de puerta. Sin embargo, el Elche empató en la hora veinticinco con un gol de furia, el eufemismo con que se halaga a los equipos incapaces de marcar de otra forma, y la sensación colectiva fue la de «un buen resultado» a pesar de que empatar en casa contra un rival con objetivos similares no sea «un buen resultado» sino un gazapo.

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