Eran otros tiempos. Los vecinos, en este caso el plural masculino que generaliza no hace justicia a las ejecutoras de la faena diaria, o sea más bien las vecinas, solían baldear el tramo de calle que ocupaba su edificio, lo hacían tras barrer el mismo trozo con el mismo cuidado y dedicación como si fuera el salón de sus casas. Eso era así en los barrios, costumbre de limpieza que hacía honor a quienes lo ejercitaban, y que repetían el baldeo si era posible, antes del ocaso para refrescar las calles y prepararlas para ya en la penumbra del atardecer salir a charlar con las vecinas en sus sillas de mimbres que apostaban en las aceras. Cuidaban sus calles, se ufanaban de ello, era el reflejo de su propio aseo personal, de la limpieza de su propia casa. La suciedad era expulsada a golpe de escoba, a golpe de mano que iba rociando aceras y calles al tiempo que vaciaban el cubo de latón que más tarde pasó a ser de plástico.

Eran tiempos en que la solidaridad vecinal se hacía cargo de estos menesteres, de los que el Ayuntamiento solía hacer dejación en barrio y zonas periféricas de la ciudad. En las zonas céntricas, aunque más cuidadas, no era raro ver porteras o porteros de edificios ejecutando la misma labor que las vecinas ante sus viviendas. No existían esas grandes licitaciones que la casa consistorial adjudica hoy por millones de euros para mantener limpia la ciudad, en misión imposible dada la indolencia en la faena que muestra la contrata de recogida de basuras y limpieza, en manos del acaparador Enrique Ortiz. Como mostraba hace unos días INFORMACIÓN en un reportaje, los porteros de fincas del centro, se han provisto de un arma para combatir las manchas de chicles y otros productos que ensucian las aceras, la espátula. Combatiendo la suciedad espátula en mano. El abandono se hace, si cabe, más patente en época veraniega, donde el tránsito de personas por las calles es más numeroso, debido a la condición turística de la ciudad, lo que perjudica notablemente la imagen que se quiere dar a los que nos visitan. Cuidemos las calles, son los pasillos de nuestra casa común, de nuestra bella ciudad.

Solo se trata de cuidar las calles, de mantener activa una brigada de limpieza que haga el trabajo que los porteros de fincas y otros vecinos, como los dueños o trabajadores de los comercios, se ven obligados a realizar. Los millones de euros provenientes de los bolsillos de los vecinos así lo exigen, y más cuando desde la institución, que en teoría debiera de proteger sus derechos, se es sumamente benévolo con el empresario. Se respondió con una subida de las tasas de basuras a la inoperancia de la adjudicataria. Aun siendo verdad que no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia, y en bastantes ocasiones no cuidamos con el esmero que se merece ni calles ni mobiliario urbano de nuestra ciudad, ello no es óbice para reclamar que quién tiene la obligación de mantener Alicante en perfecto estado de revista, así lo haga. Ante la suciedad no valen superfluas campañas con frases hechas, ni calles decoradas con setas que se deterioran día a día.

Los tiempos cambian, y ya no es posible ni en los barrios, quizás lo sea en zonas muy específicas de Santa Cruz, tomar la fresca, que se decía en el vocabulario popular, debido al tráfico y su impacto en las calles, por lo que tampoco debiera ser faena de vecinos, porteros o propietarios de comercios, adecentar su tramo de acera, mientras el empresario de la limpieza surca la mar mediterránea, con su refulgente embarcación, ora rumbo Tabarca, ora rumbo islas Pitiusas, y la alcaldesa mantiene un soliloquio sobre su futuro laboral y político.