«Putos españoles tarados», «escoria», son calificativos vertidos la semana pasada en redes sociales por sendos asesores municipales de grupos políticos de Orihuela y Torrevieja. Mensajes, como es de ver, repletos de sensatez, prudencia y profundidad que deben ser valorados y atendidos en su justa medida para comprender el alto grado de formación de algunos asesores cuya aportación al trabajo institucional de sus grupos es incuestionable. Lo mismo que su compromiso con el progreso social y, en el caso del torrevejense su indudable solidaridad con los que menos tienen y que, por eso, no pueden costearse vacaciones en hoteles de muchas estrellas, ni comer en restaurantes de modo cotidiano. Escoria para el dicente.

Es lastimoso que nadie, pero sobre todo quienes ocupan un puesto que pagan sus conciudadanos, también los menospreciados y vejados, pueda insultar sin reparo alguno y seguir manteniendo un cargo inmerecido. Nunca, jamás, la injuria o el desprecio tienen cabida en política y menos cuando ésta se profiere de la forma tan grosera en que en esta ocasión se han manifestado los citados cuyo nombre prefiero omitir y cuya procedencia deseo callar. No es culpa de sus partidos que estos señores carezcan de la calidad necesaria para ocupar unos cargos que exigen más, aunque sí deberían todos mostrar más cautela y diligencia en las designaciones y, sobre todo, adoptar las medidas indispensables frente a quien veja al prójimo y adicionalmente perjudica a quienes viven del turismo.

Por el contrario, frente a estos actos, sus partidos, presurosos a la hora de demandar responsabilidades ajenas, guardan silencio, ese silencio que en política no es prudencia, sino vergonzoso desprecio al ciudadano, expresión de una soberbia impropia de quien debe rendir cuentas de sus actos y, en fin, complicidad de quien lo asume como manera de proteger indebidamente a quien no lo merece. La costumbre de muchos políticos de guardar silencio ante las críticas debería ser superada, pues aunque algunos la califiquen de muestra de saber estar y de fortaleza, de signo distintivo de un gran político, es solo una forma de exteriorización de la soberbia de quienes se consideran por encima de toda recriminación y que entienden que callar es el mejor aliado del olvido y la irresponsabilidad.

No es admisible que en una sociedad que se dice avanzada sujetos determinados, totalmente convencidos de sus palabras, puedan proferir insultos de esta magnitud frente a quienes nos visitan y dejan sus pequeños ahorros. Desgraciadamente no tienen más aunque al asesor de Orihuela les parezcan tarados molestos y al de Torrevieja pobres de solemnidad sin derecho a vacaciones. Buena expresión de la solidaridad con quienes padecen la crisis que desmiente, más allá de los discursos, cualquier sentimiento real respecto de los que la sufren. Un discurso de esta naturaleza sirve para descalificar un programa repleto de buenas intenciones y de aspiraciones de igualdad. El inconsciente de algunos juega malas pasadas y solo la firmeza de sus formaciones puede despejar las incógnitas que se abren al respecto de la sinceridad de las políticas que se predican.

El silencio de sus partidos es incomprensible, como he comentado, pues no se puede entender como cuestión privada lo manifestado por quien es asesor, merced, debe entenderse, a sus especiales conocimientos y que, como tal representa a la formación que lo acoge. Una cosa es una opinión que alcanza al ámbito privado o íntimo que debe quedar fuera de todo control o responsabilidad; otra, un exceso verbal que descalifica a personas o grupos determinados, que insulta a una colectividad y que avergüenza a quienes poseen algún grado de sensibilidad. Solo el pensar de este modo, legítimo en quien actúa en el ámbito privado, constituye un obstáculo insuperable para formar parte de instituciones públicas que imponen reglas estrictas en orden al respeto mutuo.

Por eso, las excusas del asesor de Orihuela (el de Torrevieja de momento calla) no pueden servir para, aun aceptándolas, mantenerle en su función, pues revelan una forma de pensamiento y comportamiento que, en momentos de tensión como él mismo ha manifestado, surgen espontáneamente reflejando una actitud peligrosa en quien representa indirectamente a sus conciudadanos.

Una cosa es una broma; otra, manifestar desprecio por colectivos sin los medios que el asesor de Torrevieja entiende mínimos para poder acudir a las playas de su localidad o por los tarados que lo son, simplemente, por ser españoles y de la capital.

De todas formas, que los demás partidos pidan dimisiones cuando el insulto se ha constituido en forma ordinaria de expresión y comunicación de esta clase política, me parece tan surrealista, como demostrativo de la falta de pudor en que se incurre cuando todo vale o todo se admite según a quien se atribuya. Es que se ha instituido la grosería como forma de expresión en la clase política y a muchos les hace gracia y la valoran.

Otra cosa es el alcalde de Valladolid cuyas opiniones acreditan un exceso de espontaneidad y una muy escasa reflexión en materias tan complejas, como necesitadas de prudencia y análisis riguroso. Para decir barbaridades, mejor callarse o dedicarse a otra profesión menos pública.