El verano debería ser voluntario. El que lo quiera que lo pase y el que no dirigirse rápidamente hacia el otoño. Así les contaríamos -yo soy de otoño, decididamente- a los del verano si ha habido gota fría, si Pujol se presentó al «Parlament», si Mariano Rajoy siguió con las reformas o si el alcalde de Valladolid se subió a un ascensor, todo con antelación. Nos daríamos cuenta anticipadamente si todos fueron enanos o gigantes y de si valió la pena la cosa o no fue nada. No se trata de leer el futuro sólo de anticiparse en unos tiempos donde la inmediatez de todo es la gran dominadora de la vida.

Por ejemplo. Te vas a la playa por imperativo familiar (a veces testicular) te da hambre y vislumbras un restaurante indio. Decides entrar antes que al italiano que está al lado y no sabes por qué. Inmediatez nuevamente. Falta de criterio, puede ser. Comes y pagas, todo ardientemente (por lo del picante) y al salir te quedas pensando en si has hecho bien al entrar o has hecho el indio cuando posiblemente hubiese sido mejor hacer el italiano. Decides que lo segundo. Todo sabe igual y además estaba guarro. Pero te das cuenta al final, cuando ya no hay solución ni nada que hacer. Te consuelas diciendo que fue como el café: olía mejor que sabía. Alguien del otoño tendría que haber escrito y alguien del verano lo hubiese leído, alertado, y decidido con mejor tino. Pero no, la actualidad es como la historia: estamos obligados a vivirla y a contarla según nos vaya en ella en ese mismo instante. El problema es que a la mayoría no nos gusta un pelo. Incluso, es posible, que haya gente a la que le gusta la comida india. La bien hecha, claro, y sin pelo y sin moscas en el vinagre.

Porque ahora mismo estamos ensimismados con el verano, donde todo es lento, poco premeditado, soporífero, pero al mismo tiempo pensando en que se acaba y que tendremos que volver al trabajo (el que lo tenga). No pasa día en que no miremos al calendario para comprobar cuántos días faltan para la operación «vuelta al colegio» o «vuelta donde sea», incluyendo la «vuelta de tuerca», padeciendo en silencio, como las hemorroides, la merma del disfrute vacacional. Síndrome postvacacional vacacional. Ahí lo dejo como diagnóstico. Hasta es posible, los milagros existen, que uno no sepa todavía que en otoño encontrará trabajo o decididamente, los milagros no existen, lo perderá para siempre. O peor: su vida discurrirá entre la nada obligada por la realidad y un «minijob» de mierda que le hará sobrevivir junto al colchón familiar. E incluso dirá que Dios aprieta pero no ahoga. No lo hace pero la realidad es como una ruleta rusa siempre con la bala a punto de salir que no se sabe dónde apunta. Como un pimiento del Padrón antes de ser engullido o la intermitencia de un semáforo puesto en mitad del salón que en cualquier momento se pone en rojo.

Comprendo que el verano guste. Es inmediato y provoca sensación de prepotencia. Si tienes trabajo, pensarás en él, y si no también. La gran cantidad de gente a tu alrededor provocará la sensación de que somos capaces de salir de la crisis, incluso de preguntarte ¿qué crisis? Pero es un gran sueño de verano inducido por la falta de actividad de nuestros representantes. ¿Qué ha sido de Valenciano? ¿Y de Cañete? Floriano sigue hasta en vacaciones. Cospedal se ha quedado muda con el bikini puesto. Rajoy pasea con trote cochinero. Otros sueños adormecidos que solo el ébola ha sido capaz de despertar para volvernos a la triste realidad de nuestro imperio, donde es posible que se pusiese el sol haciendo caso a los que nos gusta ese otoño donde todo renace, se hace patente la realidad y despierta la mente para hacernos capaces de comprender todo lo que nos rodea.

Es posible que alguien del otoño ya haya escrito que los enfermos de hepatitis C recibirán todos la medicación necesarios, o que tu hijo recibirá una buena educación en el curso que se inicia; que tu padre anciano recibirá la carta que le autoriza a cobrar la dependencia y que tu marido o esposa encontrarán trabajo estable; que la corrupción ha sido borrada del mapa; que de este país no se va nadie que no quiera; que la elección del alcalde de tu ciudad no será cartelizable y que el PP dejará de actuar de forma tan chulesca y arbitraria por miedo a Podemos o a perder las elecciones; incluso que el ébola solo persista en África hasta que llegue la famosa vacuna que todo lo cura.

Pero es imposible saberlo. Estamos en verano y éste es como esa mano negra que cree que dejando paso a la inútil providencia, todo se arreglará.