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Mientras apuras la cerveza o el café y lees este periódico, tres mujeres violadas se miran al espejo con angustia, asco y miedo. Probablemente sean más, porque parte de las agresiones sexuales nunca salen a la luz y quedan como una cicatriz muda y abrasante en la mente de las víctimas. Pero centrémonos en esas tres chicas que, según las estadísticas, habrán sido (o van a ser) violadas hoy. Obligadas a mantener sexo bajo coacciones físicas o psicológicas (las amenazas no se limitan a golpes o navajas). Mil chicas al año, como tuvo a bien recordarnos frívolamente el alcalde de Málaga. Una cada 8 horas.

Pido que nos concentremos en ellas porque poca gente lo hará. En su lugar, veremos a cientos de dedos señalando una denuncia falsa como si fuera la norma. Porque las mujeres abortamos por placer y acusamos de violación a cualquiera por venganza. Porque somos malas, sádicas y retorcidas. Ya lo dice León de la Riva, alcalde de Valladolid: «Una chica se mete contigo en el ascensor y si te quiere buscar las vueltas puede salir gritando que le has intentado agredir».

Aunque el porcentaje de denuncias falsas en este tipo de casos sea ínfimo según el CGPJ. Da igual, las hordas de machirulos neandertales ya tienen metralla para vomitar todo su odio y su misoginia. Para acallar el horror cotidiano en favor de la excepción y divagar apocalípticamente sobre las malvadas mujeres y nuestras pérfidas habilidades para destrozarle la vida a cada hombre con el que nos cruzamos.

Este machismo no es patrimonio exclusivo de la derecha, ahí tenéis a García-Page, alcalde de Toledo por el PSOE cuestionando si Cospedal sabe pasar la aspiradora. Mira que hay cosas que echarle en cara a esta dirigente, pero su habilidad en la higiene doméstica no es una de ellas.

Mientras, continúa el goteo incesante de mujeres violadas. Independientemente de la denuncia en la Feria de Málaga, las mujeres eran agredidas antes y lo seguirán siendo después. Por un hombre o por varios. Probablemente no sea un desconocido, la mayoría de agresiones provienen de personas cercanas: un pariente, un vecino, un amigo de la familia.

Tampoco podemos caer en la histeria y ver un violador en cada hombre, eso solamente nos convertiría en víctimas preventivas. Y eso lo digo yo, que pido a mis amigos que me acompañen de noche a por el coche y paso terror al volver a casa sola de madrugada.

Imaginad que una de esas tres mujeres violadas ayer fueran vuestras hijas, hermanas, amigas. Vuestras novias o compañeras de trabajo. ¿Denunciarían? ¿Se arriesgarían a ser acusadas de «ir provocando», de no tener cuidado o de caminar de noche por zonas indebidas? ¿Se sobrepondrían al tabú de la violación? ¿Romperían el doble silencio impuesto: el de la culpa y el del miedo? ¿O se resignarían a vivir con el estigma de haber provocado su propia desgracia?

Lograr una sociedad en la que las mujeres no sean vistas como cachorros indefensos o arpías despiadadas no es sencillo. Implica cambios profundos en nuestro sistema de pensamiento (especialmente en el de algunos mastuerzos). Mientras tanto, solamente podemos enviar nuestra fuerza a todas esas mujeres que se enfrentan al infierno con vergüenza y pánico. No estáis solas. Denunciad.

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