En ocasiones la ciencia se parece mucho a la ciencia ficción. Los aficionados a las películas de ese género recordarán sin duda Transformer, donde las máquinas que se despliegan pasando de un automóvil a un robot gigantesco y mortal. Creo que incluso hubo anuncios en los que una fábrica de coches utilizaba ese mismo truco. Pues bien, el estudiante de postgrado de la School of Engineering and Applied Sciences de la Universidad de Harvard (Cambridge, Estados Unidos) Sam Felton ha publicado con cuatro colaboradores más un artículo en la revista Science que da cuenta de la fabricación de un robot capaz de plegarse y desplegarse por sí solo. Con aspecto de una hoja plana al principio, el robot comienza los pliegues hasta transformarse por sí solo, sin ayuda alguna, en una máquina capaz de moverse de manera autónoma.

Uno de los detalles más sorprendentes e interesantes del artilugio es la confesión hecha por los autores de que para diseñarlo y construirlo se inspiraron en el origami, la técnica japonesa de creación de formas e incluso esculturas de papel sin más arte -que es mucho, no nos engañemos- que el de plegar la hoja de manera adecuada. De hecho, esa posibilidad de convertir un papel plano en formas geométricas mediante algoritmos que permitieran sucesivos pliegues en cadena había sido demostrada en términos teóricos con anterioridad y fue aprovechada por Felton y sus colaboradores. Pero llevar esa potencialidad teórica a la práctica necesaria para obtener un robot andante obligaba a precisar con cuidado los ángulos de pliegue y su permisibilidad a partir de compuestos con memoria para el autoplegado. Añádase una fuente de energía y un circuito electrónico de control de los movimientos de pliegue y se cuenta con una máquina que, de manera un tanto arbitraria, va creando la geometría tridimensional.

Como es lógico un diseño así, con importantes grados de libertad en el plegado, no iba a llevar al resultado deseable al primer intento. Fue en el tercer ensayo cuando Felton y sus colaboradores obtuvieron un robot que había alcanzado por sí mismo la forma de cuerpo y cuatro patas con capacidad para moverse de manera autónoma. Los autores indican en su artículo que es posible introducir ciertas guías de desarrollo para el mecanismo dependiendo, por ejemplo, de las condiciones ambientales y en función de lo que se quiera obtener. Con la limitación de tamaño -decenas de centímetros- y temperatura -un máximo de 100º- que imponen, de momento, los compuestos utilizados: los autores no ven factible llevar a cabo con ellos máquinas autoplegantes a escalas mayores o menores. Pero eso es un simple escollo técnico que puede superarse sin más que obtener otro tipo de materiales elegidos a la carta. Tal vez queden cerca los tiempos en que compremos un mueble o un mecanismo desarmado y se monte él solo. Quienes hemos sufrido armando una estantería de Ikea o de Leroy Merlin, estamos de enhorabuena.