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Matías Vallés

La misión imposible

La degradación del hombre prosigue imparable, ahora lo llaman ser humano. En el siglo XX de su esplendor, el varón soñaba con iniciarse sexualmente en brazos de Ava Gardner, casarse con Grace Kelly y engañarla con Marilyn Monroe. A Lauren Bacall la dejaba en su hornacina porque sabía que nunca podría alcanzarla, y mucho menos conquistarla. La misión imposible.

Bacall siempre elige, por ejemplo a un Bogart que le sacaba un cuarto de siglo y que la conectó con el Hollywood clásico. Bacall toma la iniciativa en el beso a Bogie en Tener y no tener, que remata con una frase entre el placer y la regañina, «es incluso mejor cuando colaboras». La casualidad no tiene la culpa de que titulara sus memorias Por mí misma, y de que dejara escrito que «la paciencia no era mi punto fuerte, no me pusieron en la tierra para agradar».

Los seres humanos antes llamados hombres se dividían entre quienes pensaban que las estrellas brillaban para ellos, y quienes temían que se desplomaran sobre ellos. Solo los inconscientes enclavados en la primera opción se enfrentarían a una mujer como Bacall, que hasta su rotura de cadera a los 86 años únicamente había visitado un hospital por razones de maternidad.

Era la única actriz con la personalidad suficiente para debutar en el cine en la película de antes, y desmontar al Über-masculino Humphrey Bogart con un desafío pronunciado con candor adolescente: «Sabes que no tienes que actuar conmigo, Steve. No tienes que decir nada, y no tienes que hacer nada. Ni una sola cosa, o tal vez solo silbar. ¿Sabes cómo silbar, Steve? Simplemente juntas los labios y... soplas». Sudo al transcribir el entrecomillado.

Cuando actúa, Lauren Bacall lanza continuamente al espectador el sobreentendido de que «mi vida es mucho más interesante que esta ficción». Su traducción al siglo XXI sería Robin Wright, otro eslabón sobresaliente en la estirpe de mujeres en que el cuello se expresa con mayor elocuencia que su rostro.

Curiosamente, la última película de Bacall que degusté en vida de la actriz fue Escrito en el viento, dentro de una revisión del gran narrador Douglas Sirk. Allí se casa con un Robert Stack, alcoholizado, como le sucedió por dos veces en la vida real. Este actor guarda un sobrecogedor parecido físico con Sean Penn, esposo en su día de Robin Wright y traslación contemporánea de los hombres que se atrevían a acercarse a Lauren Bacall.

Los grandes depredadores solo detienen su carnicería ante una mujer como Bacall, que arruina las hipótesis de debilidad femenina. Pienso en Agnelli, en David Niven, en Jean Daniel, en Montand, en Clooney. Se sienten elegidos por primera vez, solo el insobornable Raymond Chandler descubrió que a Bacall la oscurecía su hermana en El sueño eterno, lo cual obligó a recortar el papel de la olvidada Martha Vickers. La señora de Bogart reservaba sus mejores diálogos para la realidad. Al ser arrollada por un peatón desconsiderado en Nueva York, le espetó que «eres un jodido simio». Antes llamado hombre.

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