Alicante es la capital de una provincia cercana a los dos millones de habitantes, la quinta de España casi empatada con Sevilla que nos acaba de adelantar, y con veintiséis localidades que superan las veinte mil almas. Pero parece difícil ratificar que ejerce esa capitalidad pues resulta centrípeta casi exclusivamente para acudir a organismos oficiales o visitar grandes almacenes.

Es, pues, una ciudad de servicios y también turística aunque este sector no se potencia como debiera por cuanto da la impresión que aquí el turismo fiel de sol y playa está garantizado cuando la diferencia debe marcarla, respecto a otros que disfrutan de este modelo, en las infraestructuras, comenzando por las culturales.

Hay monumentos y museos infravalorados hasta por los propios alicantinos cuando poseen un indudable valor y óptimo estado de conservación y contenidos, con un notable abandono en lo que respecta a uno de ellos, el bicentenario castillo de San Fernando con el que parece no saberse qué hacer.

Para evaluar la historia de una ciudad hay que fijarse en su pasado, y el de Alicante es tan rico como escasamente considerado. Partamos de la base de que hace algo más de dos mil años obtuvo el status de municipium del Imperio Romano de manos del emperador César Augusto. Nos lo ha recordado hace unos días el director técnico del MARQ Manuel H. Olcina al presentar ante los medios informativos las conclusiones de la última excavación del Tossal de Manises, génesis cartaginesa de esta ciudad portuaria latina que se llamara Lucentum.

El hecho de que Augusto muriera el 19 de agosto del año 14 de nuestra era, es decir hace justamente veinte siglos, ha servido para que la vecina Cartagena, que nos gana de calle en promoción cultural y turismo de cruceros, como ciudad de importantes vestigios romanos, esté celebrando tal acontecimiento en torno a la figura del que fue primer emperador romano.

Yo intenté a finales del 2009 y ante las más altas instancias municipales, que el Ayuntamiento conmemorara el Bimilenario de Alicante. Ciudades como Zaragoza o Mérida lo realizaron de manera espectacular y sin ir más lejos Elche hizo lo propio en 1997, emitiéndose al efecto un sello de Correos, celebrándose un sorteo de la Lotería Nacional y hasta construyéndose un gran puente sobre el Vinalopó que lleva el nombre de esta efemérides.

Propuse la realización de un monumento que perpetuase la celebración, publicaciones, conferencias, exposiciones, obras públicas, una vía urbana con el nombre del Bimilenario. Aquello no obtuvo respuesta alguna y duerme el sueño de los justos. Tal vez si hubiera tenido que ver con algo conmemorativo de las Hogueras, la suerte habría cambiado.

Meses atrás, el 27 de marzo de 2009, por iniciativa de María José Zaragoza, presidenta del Club de Opinión Encuentro, di una conferencia en el Real Liceo Casino que titulé Alicante. Historia y Cultura de un Municipio Bimilenario, exponiendo entonces la iniciativa de poner en valor una ciudad, rememorando sus dos mil años de existencia formal cuando la realidad presente, con tanta «modernidad» imperante, transmite otra imagen.

Hay que tener en cuenta que las conmemoraciones de este tipo no son estériles pues sirven para recordar, homenajear y de paso ser una excusa de cara a incrementar el patrimonio artístico e incentivar el acervo cultural.

Ya en la primavera de 1983, y ahí están las hemerotecas para confirmarlo, recordé que en 1990 se cumplía el V Centenario de la concesión del título de ciudad a Alicante por Fernando el Católico. Aquí tuve más suerte porque se creó una comisión al efecto y hubo celebraciones muy diversas. Es más, luego han seguido hasta el punto de que este mismo año se ha conmemorado el 524 aniversario de aquello, no sabiendo muy bien por qué se ha hecho cuando no se trata de una cifra redonda.

Que al menos en el corazón de los que sentimos y amamos esta ciudad, nos quede el orgullo de saber que Alicante cumplió en silencio algo tan grande como dos mil años de historia como municipio. Y es que hay silencios que son gritos a voces.