Con «la» calor que padecemos en agosto -este domingo se esperan 40º- se podrían hornear tantos panes como penas padecemos por causa de «la» calor. Y para combatir este infierno no hay mejor remedio que abundantes duchas con agua fría a cualquier hora del día. No es una satisfacción que agrade a todo el mundo, de ahí que muchos prefieran refrescarse en las playas a sabiendas de que solo pueden ocupar un metro cuadrado de arena. Sí, un metro cuadrado rodeado de sombrillas, artilugios aullando música a todo volumen, horteras embadurnándose el cuerpo con grasas de todos los olores, familias en comandita alrededor de una inmensa sandía con pepitas (las tiran luego a la arena a ver si crece la mata y al año siguiente recogen la cosecha), fiambrera de tomate con conejo y pimientos, tortilla de patatas, litronas de cerveza tibia, niños haciendo pipí en tus narices ante la satisfecha mirada de sus progenitores y un sinfín de cuadros salidos de la mente más calenturienta y sádica que puedan imaginar. Nada que ver con el «luminismo» impresionista que regalan las suaves pinturas de playa de Sorolla, ni con la melancólica y romántica visión del Lido veneciano que dibujó Visconti en Muerte en Venecia.

Ante una perspectiva tan aterradora, cercana a la alopecia conceptual, a la caries ocular, y teniendo en cuenta que ustedes dos me dijeron el otro día que Sorolla y Visconti habían muerto, el mes de agosto suele producir fenómenos a modo de pesadillas recidivas recordándonos que el sueño de la razón produce monstruos, como sugiriera Goya y Lucientes en su perturbador y homónimo grabado, número 43, de Los caprichos. Y los sueños de agosto también. Se trata de noticias que sistemáticamente recogen los medios de comunicación este mes como si su ausencia desequilibrara los asuetos estivales de los profesionales de la información. Vean.

«Mientras los veraneantes de julio terminan sus vacaciones, los de agosto comienzan las suyas». Es como decir que el obelisco de Buenos Aires está en Buenos Aires (aunque con Cristina Kirchner -nada que ver con el pintor expresionista alemán- no deberíamos estar tan seguros). «Apenas queda un mes para que dé comienzo el curso escolar», recordando mordazmente a los padres que preparen el bolsillo para pagar los ingentes gastos en libros de texto que todos los años, curiosamente (o no), cambian para que nada cambie, y recordándole a los hijos, por si la amnesia se había apoderado de sus mentes, que el colegio está a la vuelta de la esquina. «Un niño y una niña pasan más de dos horas en el puesto de socorro de la playa mientras sus padres estaban en el chiringuito dando cuenta de un kilo de sardinas, plato de sangre encebollada y dos litros de cerveza». Lo que la noticia oculta es que los padres iban descalzos dentro del bar, él llevaba un bañador estilo Burt Lancaster en De aquí a la eternidad, se había rematado con un sol y sombra, y ella llevaba puesto el chándal fluorescente para las ocasiones importantes. Son algunos ejemplos, sin mayor enjundia, de muchas de las noticias del mes de agosto, pese a que la actualidad marque un calendario de prioridades que se ven reflejadas en los medios de comunicación.

Sin embargo, hay una noticia seria, trascendente de verdad, que también recogen los medios el 6 de agosto de todos los años: la conmemoración japonesa del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, que este año cumple su 69º aniversario. La bomba causó la muerte de 140.000 personas y secuelas que aún se padecen. Una noticia que abre las puertas del horror, que trae imágenes de destrucción total, de Apocalipsis. Es necesario recordarlo. Pero lo que nunca he acabado de comprender es cómo el gobierno japonés se olvida de conmemorar otras fechas causantes, sin duda, de la bomba atómica. Así, el 7 y el 8 de diciembre de 1941, ataque japonés a Peral Harbour e invasión de Hong Kong, Filipinas, Malasia y Tailandia. O el 13 de diciembre de 1937, cuando tropas invasoras japonesas entraron en la ciudad china de Nanking y en unos días asesinaron a más de 250.000 personas violando a 100.000 mujeres. Los métodos de ejecución fueron de lo más crueles: enterrados vivos, lanzando niños al aire para ensartarlos en bayonetas, torturados hasta la muerte o en concursos de decapitación con katana a más personas en menos tiempo (ganó el teniente Mukai al teniente Noda, 106 decapitaciones a 105). Ambos fueron ejecutados como criminales de guerra al acabar ésta. O la fecha en que los dirigentes japoneses decidieron que 400.000 mujeres chinas y coreanas debían ser esclavizadas sexualmente para solaz de los valerosos soldados del sol naciente. Fue Japón que inició la guerra y el horror. ¿Han olvidado esas conmemoraciones?

Si los sueños de la razón producen monstruos; si los sueños de agosto también, los sueños de la memoria histórica en una sola dirección producen una amnesia selectiva que hace olvidar para la historia de cada uno las pesadillas de las que sólo él es responsable. De ahí que Japón siga venerando en el santuario de Yasukuni, en Tokio, a más de mil criminales de guerra, como el general Tojo.