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F. J. Bernabé

Corruplandia

ué podemos esperar de un país en el que ya en el siglo XVI un autor anónimo hizo un héroe de un pequeño sinvergüenza en una novela que se convirtió en referente de la picaresca, El Lazarillo de Tormes. De una España en la que la fiesta nacional consiste en torear y que utiliza para ello como principal herramienta el engaño. Y en clave local, de una provincia de la que la Real Academia Española mantiene como Treta, astucia o malicia con que se pretende engañar, una acepción de la palabra alicantina. De un país donde sus gentes, cuando se reúnen de tertulia, el protagonista de la conversación, el ídolo del grupo, es el que se vanagloria de explicar cómo se la pega con una rubia despampanante a su mujer, cómo se las ingenia para defraudar todos los años a Hacienda, o como consigue ahorrarse un dinerillo convenciendo al mecánico, albañil o comerciante para que no le cobre el IVA pagando en negro. Y claro, la clase dirigente no iba a ser menos. No se salva ni la Casa Real. Los casos de corrupción política en nuestro país mantienen en los juzgados unas 1.700 causas y unos 500 imputados, de los que sólo una veintena están en prisión. La corrupción encharca toda la geografía nacional con casos como Bárcenas, Gürtel, Nóos, los ERE de Andalucía? Por autonomías, la Comunidad Valenciana se sitúa en el grupo de cabeza, en segundo lugar, con más de dos centenares de causas en casos como la rama valenciana del mencionado Gürtel, el Brugal, el caso Fabra (Carlos), el caso Ivex, Emarsa, Cooperación? Y ahora el último bombazo que parece haber hecho olvidar a los anteriores: el caso Pujol, todo un escándalo y un duro golpe para el proyecto soberanista de Artur Mas. Lo peor, que la corrupción en España, aireada, lógicamente, por los medios de comunicación extranjeros, ahuyenta las inversiones. Bueno, eso y que aquí, pase lo que pase, nadie devuelve un euro.

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