Parece que el tema de moda desde el lanzamiento del trailer de la película Cincuenta sombras de Grey es el maltrato. ¿Es «dependencia emocional» lo que tiene Anastacia? ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar para que te traten como a una princesa? ¿Por qué una mujer inteligente, formada, incluso con estudios universitarios, accede a mantener relaciones tan dañinas como las propias de un perfil maltratador, a pesar del sufrimiento y las consecuencias de este? Impresiona, desde mi perspectiva, los prejuicios que se esgrimen socialmente con tal ligereza.

Incluso parte de la judicatura en España no admite una demanda de este tipo a trámite si la víctima tiene determinado perfil sociocultural. Los propios profesionales de los juzgados las cuestionan y aconsejan a las víctimas apartarse de esta situación sin más, borrón y cuenta nueva. Incluso ha llegado a mis oídos que el argumento de dependencia emocional, por parte de la víctima se estaría utilizando en determinados casos para justificar el abuso: «era muy pesada...», «no podía soportarlo más», «ella y sus constantes demandas me hicieron...».

La dependencia emocional es un conjunto de síntomas que se caracteriza por excesivas demandas afectivas, relaciones interpersonales estrechas y relaciones de pareja desequilibradas, donde prevalece la sumisión y la idealización de la pareja, con baja autoestima e imperiosa necesidad del otro, que lleva a comportamientos excesivos de aferramiento y alto temor a la soledad.

El perfil del dependiente emocional se corresponde con personas autónomas en su vida diaria, que han conseguido llevar un tipo de vida normal y que poseen gran fortaleza para no rendirse, pero con deficiencias afectivas importantes. Los signos que los definen son: niveles altos de ansiedad cuando la pareja no está cerca de ellos, incluso modifican sus planes y relegan sus necesidades para cubrir las de la pareja y poder estar cerca de ellos, un exagerado número de muestras de afecto hacia su pareja con un reclamo constante de su atención y miedo ante la soledad o ante el sentimiento real o imaginado de abandono que terminan en conductas límite para evitarlo, como podría ser poner en riesgo su propia vida.

Elegir o seguir con parejas tan dañinas suele tener que ver con carencias afectivas que suelen arrancar de la propia infancia, momento en el que el estilo educativo de los padres adquiere una gran relevancia, así como el modo en que lo vive cada individuo. La indiferencia, el desinterés, el rechazo, incluso el desprecio y el consiguiente maltrato sutil por parte de los padres hacia sus hijos, junto con el sentimiento de abandono que provocan estas emociones en los niños son experiencias comunes en la infancia de estas personas. (Hablamos de maltrato sutil cuando un ser es utilizado y manipulado de forma silenciosa, con desprecio y la intención de mermar de su autoestima para poder dominarlo).

Es habitual que estas personas hayan tenido madres y/o padres muy poco expresivos en lo que a afecto se refiere, poco o nada cariñosos, ausentes, algunas veces no sólo físicamente sino en la atención requerida por los niños, o que simplemente su única prioridad es su imagen social.

Los niños que se educan con estas atmósferas tan peculiares aprenden a relacionarse con el ambiente de un modo inadecuado y se acostumbran a hacer un esfuerzo constante por solucionar los problemas de los adultos con el fin de aliviar la carga de los progenitores, intentando conseguir así la atención de los mayores. Así, suelen asumir responsabilidades del adulto o gestionan las emociones que sienten los mayores para animar, tapar o esconder la verdadera situación en la que se desarrollan, para evitar consecuencias peores, o dejar de ser tal y como son, y ofrecer la imagen que le han impuesto los padres.

Este hecho, sumado a la tendencia natural de los niños a culpabilizarse por lo que les ocurre a sus padres, genera aún más la obligación autoimpuesta de «solucionar» lo que creen que provocaron. Así, se asienta la creencia errónea de que el amor es sentirse necesitado por el otro, aun cuando esto implica sufrimiento y dolor. En la etapa adulta asumirán responsabilidades de otros a cambio de recibir el afecto del que carecen y buscarán a quien solucionarle sus asuntos para erróneamente sentirse amados. De ese modo, seguirá la tendencia de tener que cuidar de alguien, generalmente la pareja, para sentir su validez vital, y creen que con amor se puede cambiar los hábitos del maltratador. Para los dependientes emocionales esta es la única forma de amor ya que no conocen otro modo de recibir y dar amor.

Con este aprendizaje en la infancia, la víctima no es capaz de reconocer el maltrato sutil. Creció con él, lo tiene interiorizado y normalizado. Motes vejatorios, negación o invalidación en la expresión de los sentimientos, como no dejar llorar a un niño o no dejarle enfadarse o frustrarse, tachar y minimizar sus éxitos, no dedicar atención a sus avances, considerarlo culpable de lo que le ha ocurrido sin evaluar o remarcar el aprendizaje de cada experiencia, son algunos de los ejemplos para iniciar un maltrato sutil en toda regla.

No he querido mencionar los malos tratos físicos para que quede claro que no hace falta la utilización de los golpes para dañar a una persona, despejarla de su autoestima y que se deje hacer hasta que pierda el control de su vida y viva sólo para la relación.

¿Está la clave en saber detectar lo que es amor y lo que no lo es? ¿Amar es sufrir y aguantar? Yo no lo creo así. Si duele, ¡no es amor!