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Los diarios hablados abrían el rosario de noticias del miércoles pasado con la hazaña que ha llevado a una nave lanzada hace una década por la Agencia Espacial Europea (ESA, en su acrónimo anglosajón que es, como se sabe, la lengua de la ciencia) a alcanzar el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. La nave lleva el nombre de Rosetta, la piedra que permitió descifrar la escritura egipcia. Bautizarla así supone no sólo un homenaje a la hazaña de volver sobre la cultura de hace dos mil años y poder leer sus propias crónicas. Implica también la confianza que la ESA tiene en poder esclarecer, gracias a la llegada al cometa, algunas claves de un pasado mucho más remoto: el de nuestros orígenes. Habrá que esperar unos meses hasta que un artilugio de Rosetta, la sonda Philae -con el nombre de la isla que hizo desaparecer la presa de Asuán-, pueda anclarse al 67P/Churyumov-Gerasimenko y comenzar las tareas de análisis. No será una labor sencilla. De momento, Rosetta ha enviado ya unas fotografías espectaculares que confirman que el cometa está muy lejos de ser una especie de bola de billar de formas amables. Llevar a la sonda Philae hasta su superficie equivaldrá a acercarse a una especie de ciudad caótica a la que hubiese que dirigir un vehículo por control remoto -la metáfora es del responsable de las operaciones de la nave, Andrea Accomazzo-.

Lo que convierte a un cometa en fuente muy valiosa de información es que se supone que no habrá cambiado gran cosa desde los tiempos, 4.600 millones de años atrás, en que se formó el Sistema Solar. Se especula incluso con que el agua de la Tierra haya podido ser aportada en un principio por la colisión de un cometa; algo que entra en lo hipotético y que se confía en que Rosetta pueda en cierto modo aclarar. Se sabe ya gracias a la nave europea que la temperatura de 67P/Churyumov-Gerasimenko es más alta de lo que cabía esperar, cosa que obliga a admitir que el cometa no es sólo una masa de hielo: debe disponer de una cobertura de polvo que es la que eleva el calor absorbido.

Para mí que el resultado más espectacular que se puede obtener cuando Philae consiga anclarse al cometa -confiemos en que logre hacerlo- sería el de la detección de eventuales moléculas orgánicas. El astrofísico Fred Hoyle lanzó en 1978 la hipótesis de la panspermia, el origen extraterrestre de la vida primordial. La nave Stardust de la NASA identificó en 2006 compuestos ricos en nitrógeno en el cometa Wild 2 que podrían servir como enzimas para que la sopa pre-orgánica diese paso en la Tierra a las primeras moléculas de ácidos nucleicos. Pero Stardust examinó el cometa a distancia; una mera ojeada fugaz que Philae puede convertir en observación directa. Fred Hoyle ya no está con nosotros -murió en 2001- y es una lástima. Los datos de Philae quizá le habrían servido, si hay moléculas orgánicas en los cometas, para imaginar cómo llegaron a éstos.

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