Dice el proverbio árabe que «la primera vez que me engañes, será culpa tuya; la segunda vez, la culpa será mía». Con este breve artículo sobre mi militancia de seis años en UPyD, ahora que no pertenezco a ningún partido y desde la independencia que me otorga esa condición, quiero informar a la opinión pública sobre la pesadilla que hemos sufrido muchos concejales y cargos tras haber recorrido los nueve círculos del infierno magenta. Si soportamos el vía crucis fue bajo la vana esperanza de luchar por cambiar las cosas desde dentro, algo que es imposible. En UPyD, ni unión, ni progreso, ni democracia. Sirva como ejemplo la alta tasa de mortalidad (en términos políticos) que padecemos los ediles de esa formación.

Los últimos recuentos, incluyéndome a mí, nos informan de la baja de 17 concejales de los 152 que resultamos elegidos en 94 municipios. El 11,2% de los regidores electos hemos abandonado el partido y ha desaparecido la representación en 11 de esas localidades. Si ese dato se hubiera producido en el PP o el PSOE, se hablaría de sangría imparable, ruptura, crisis? y las críticas arreciarían por todas partes. Pero en UPyD es como si nada pasara.

El problema se aborda como lo haría el «hombre del tiempo» cuando nos alerta sobre la existencia de chubascos aislados, cuando lo que aquí se está viviendo es una gota fría en una organización a la que en las elecciones europeas vimos que se le ha agotado el discurso y el recorrido político. Como suele decirse, las mentiras tienen las piernas cortas, y tarde o temprano la verdad se alcanza.

Las noticias sobre esta crisis sistémica en una formación que ha crecido prometiendo a la sociedad las reformas que necesita, pero dentro de un marco de graves incongruencias al no aplicársela internamente, las encontramos gracias a las noticias que se encuentran en los periódicos digitales y en las principales cabeceras provinciales, no existiendo artículos que en su conjunto analicen las causas sobre por qué está ocurriendo esta fuga de cargos y autoridades en toda España.

Ya no es sólo el manido ejemplo de la salida de Mikel Buesa. Me niego a pensar que los 17 concejales que nos hemos marchado -no nos conocemos de nada entre nosotros, pero coincidimos en los argumentos-, hayamos enloquecido de repente o todos seamos unos maléficos interesados que sólo pretendíamos aprovecharnos de las siglas para conseguir oscuros objetivos políticos (versión habitual de la formación). La verdad no es esa, pues el nexo que existe entre muchos de nosotros es, principalmente, la falta de democracia interna y las incoherencias existentes.

Tenemos la obligación de contar a los ciudadanos que UPyD no es lo que parece, y que internamente hace justo lo contrario a lo que predica en materia democrática, siendo todo puro teatro y maquinación dispuesta por el aparato. No hace ni quince días que recibimos la noticia de que en Murcia, un juzgado de Primera Instancia había admitido a trámite la demanda de la concejal de Molina de Segura contra su partido. Acudió a los tribunales porque las elecciones al Consejo Territorial que ganó en febrero, fueron anuladas ilegítimamente por los órganos electorales.

A finales de abril también conocíamos que un juzgado de Toledo había imputado a la coordinadora regional de UPyD en Castilla-La Mancha por un presunto delito de acoso y coacciones a raíz de la denuncia formulada por una militante después de que se la incoara un expediente sancionador.

Consejos territoriales disueltos en Galicia, pucherazos reconocidos por la oficialidad en la Comunidad Valenciana, problemas en Aragón, País Vasco, Andalucía, Cataluña? No hay ni un solo territorio de España en el que no haya brotado un grave conflicto, y no llegan a pasar ni dos semanas sin que estalle un fuego y sin que se sepa que tal o cual agrupación de Almuñécar o Santander se ha disuelto o se han marchado 20 militantes de una tacada por discrepancias con la dirección.

Si uno no se conforma con pegar carteles, repartir panfletos y palmear en los mítines, a UPyD le sobran la mayoría de sus militantes, de sus concejales y de sus bases en general, a los que utilizan como mano de obra gratuita. Cuando alguno de estos rechista, tiran de expediente que da gusto, habitualmente instruido por la diputada de la Asamblea de Madrid Elvira García Piñeiro, según la prensa, famosa por su afición a los «novillos».

Como digo, a día de hoy, un numeroso grupo de personas hemos dejado de representar a UPyD. Además de Elda, los ediles que nos hemos marchado, estamos en sitios geográficos tan dispares como Villamediana de Iregua (La Rioja), Alcobendas, (Madrid), Cabanillas (Guadalajara), Santoña (Cantabria), Boadilla del Monte (Madrid), Armilla (Granada), Baiona (Pontevedra), Getafe (Madrid), Tuineje (Las Palmas), Aldeamayor de San Martín (Valladolid), Caudete (Albacete) o Benito de Montesclaros (Toledo), entre otros puntos.

Los ejemplos -muchos se me quedan en el tintero-, son lo suficientemente esclarecedores para concluir que las voces críticas no somos peñones aislados en medio del mar, sino que existe un importante problema de fondo, que está muy lejos de remediarse con el tratamiento que le da la dirección del partido.

En UPyD se han expedido alrededor de 20.000 carnés de afiliación; sin embargo y sorprendentemente, el número real de afiliados nunca supera los 6.000. El diputado Carlos Martínez Gorriarán tuvo la osadía de manifestar en público, en un acto para concejales celebrado en junio de 2013 en Madrid en el que yo estaba presente, que ello se debía a que «se trata de afiliados de poca calidad». Si usted, lector, es uno de esos, dese por aludido. Sabrá entender lo que le estoy contando.

Es la hora de quitarles la careta, para que todo el mundo sepa que la cúpula de ese partido no es una marea magenta, sino una organización con tintes sectarios que no tiene más objetivo que servir a la triste figura de «La Pantera Rosa», y que sobran los motivos para negarle el voto a Rosa Díez por haber creado el mayor fraude político de la historia reciente de este país.