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Antonio Sempere

Ser pobre

Acostumbrado a manejarme con lo mínimo, no quiero imaginar cómo sería el día en que tuviese posibles. En lo esencial, dicen los sabios, la vida no cambiaría. Lo importante, a fin de cuentas, son los intangibles. La salud y el amor. La serenidad y el equilibrio. Pero, me pregunto yo, cómo serían esa salud y ese amor y esa serenidad y ese equilibrio con el bolsillo lleno.

Cómo cambiaría mi vida si en lugar de ver a los taxistas como enemigos (aunque a fuerza se lo ganan, qué logotipos de puticlubs lucen en sus vehículos, qué conversaciones más rastreras se gastan) pasase a considerarles como profesionales del transporte público, que es lo que en realidad son. Cómo cambiaría mi vida si en una segunda oportunidad me permitiese el lujo de usar sus servicios, algo que me ha sido vedado todos los días de mi existencia. Y cómo sería entrar a comer en un lugar sin mirar el precio antes de atravesar la puerta. Y cómo experimentar el placer de comprar por comprar, de adquirir por adquirir. Hablan de la obsolescencia programada pero no se dan cuenta que quienes no soportamos lo viejo, lo usado, lo de siempre, somos nosotros, que nos cansamos de los productos mucho antes de que caduquen.

He vivido con lo puesto. He sobrevivido con cuatro cosas, y me he demostrado que para comer y descomer, beber y desbeber, y vestirse y desvestirse, que eso es el pan nuestro de cada día y poco más, no hacía falta complicarse la vida tanto como nos la hemos complicado. Para todo lo demás, para lo expuesto arriba, sin ser rico heredero, sí hay que complicársela. Bastante. Pero por la falta de costumbre me pregunto cómo sería. Cómo sería.

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