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Javier Llopis

La izquierda de toda la vida

El partido de Pablo Iglesias casi duplica las expectativas electorales de Izquierda Unida. Si es lógico que PP y PSOE sufran un fuerte desgaste por su nefasta gestión de la crisis económica, el castigo recibido por IU es un fenómeno aparentemente inexplicable

El recordado Josep Albert Mestre (diputado autonómico, concejal alcoyano, sindicalista, profesor, crítico de arte, festero crítico y hasta actor de teatro en ratos libres) se cabreaba hasta la indignación con las perpetuas divisiones de las fuerzas políticas progresistas; se ponía tristón y depresivo con la inevitable ración de fracasos electorales que conllevaba este estado de permanente confrontación fratricida y solía rematar las noches negras de elecciones perdidas con una frase llena de fatalismo y de sentido común «en este país, ser de izquierdas es muy complicado».

Me he acordado de las palabras de este incansable político de izquierdas al enfrentarme con los resultados del último barómetro del CIS, en el que sobresale como aspecto más espectacular la aparición de Podemos como tercera fuerza política de España. Aunque las valoraciones de este análisis sociológico han dado lugar a una interminable sucesión de discursos sobre el final del bipartidismo, el sondeo ofrece un dato significativo, digno de tener en cuenta: el partido de Pablo Iglesias supera ampliamente (casi duplica) las expectativas electorales de Izquierda Unida. Si es lógico que PP y PSOE sufran un fuerte desgaste por su nefasta gestión de la crisis económica, el castigo recibido por IU es un fenómeno aparentemente inexplicable, que merece un análisis especial.

Todos los vientos soplaban a favor del partido de Cayo Lara. Tras una interminable travesía del desierto (algunos dicen que empezó en la época de Santiago Carrillo), el escenario ofrecía todos los elementos necesarios para que IU abandonase su eterno papel de actor secundario: un PSOE en caída libre y una sociedad empobrecida muy castigada por los recortes sociales, dispuesta a apoyar ahora propuestas electorales que hasta hace muy poco se rechazaban al considerarse demasiado radicales. Llegaba el día de recoger la cosecha de décadas de esfuerzo; llegaba el final de los años grises, en los que a lo más que podía aspirar IU era a que los socialistas sufrieran algún bache electoral, que hiciera necesaria su presencia en un fugaz gobierno de coalición. Pues bien, ante el paisaje ya cercano de la tierra prometida, aparece un partido de nueva creación y deja a IU con la miel del éxito en los labios. Una formación furiosamente amateur, impulsada por las intervenciones televisivas de un líder carismático y más listo que el hambre, les roba la cartera en el último momento a los representantes de la izquierda de toda la vida e incluso empieza a cumplir el viejo sueño de acercarse amenazadoramente al PSOE.

Para llegar a esta situación, ha sido necesaria una acumulación fatal de errores de estrategia. Podemos e IU ofrecen prácticamente lo mismo y sin embargo, la ciudadanía prefiere apoyar al partido del hombre de la coleta. Aunque tenga muy poco que ver con los desastres que ahora nos aplastan, los electores consideran que Izquierda Unida forma parte de la política tradicional y le han dado la espalda, ilusionados por un grupo de gente que presenta como principal mérito su desafiante falta de experiencia, entendida como una virtud que los distingue de una clase política totalmente desprestigiada.

Como era de esperar, esta decepción ha abierto el correspondiente debate entre los militantes y los votantes de IU. Hay análisis para todos los gustos. Un sector considera a Podemos como una pandilla de advenedizos de la política; un fenómeno pasajero y superficial, que en cuestión de poco tiempo empezará a deshincharse para dar paso a un presunto orden natural de las cosas. Otras valoraciones se muestran mucho más autocríticas y señalan que Izquierda Unida debe aprender de la advertencia lanzada por el último barómetro del CIS, revisando profundamente sus estructuras, con el fin de evitar que sectores importantes de la opinión pública sigan identificándolos con la versión cutre de la política.

Mientras se discute si estamos ante un suflé a punto de bajar o ante una alternativa sólida, lo único cierto es que Podemos llegará a las próximas elecciones con todas sus fuerzas intactas, hasta convertirse en el árbitro imprescindible de muchas alcaldías y de muchos gobiernos autonómicos. La digestión de este partido en futuras coaliciones es una incógnita sin respuestas, que le está provocando dolores de cabeza a más de un sesudo analista político. Volviendo a la frase de Josep Albert Mestre «en este país, ser de izquierdas es muy complicado». Ahí está la diferencia. Los de derechas lo tienen mucho más sencillo: les basta con levantarse por la mañana, caminar hacia el colegio electoral y depositar en la urna el correspondiente voto para el PP.

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