En una reciente crónica sobre la elección directa de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, destacaba «Le Monde» los ejes de sus discursos y, entre ellos, el de «ir al encuentro de los indignados» de cara a las elecciones locales de la próxima primavera. Si, como parece, es Podemos la opción de los indignados, las primeras intervenciones de Pablo Iglesias en el Europarlamento sugieren un cierto paralelismo con el rechazo de Juncker por el grupo socialista español, hecho extraño para el diario parisino. Aunque el terreno del luxemburgués no sea la cámara, sino la Comisión, los hombres de Sánchez han marcado distancias frente al pacto de gran coaliciòn de los conservadores y los socialdemócratas, lo que sin duda quiere decir algo y augura actitudes críticas destinadas al consumo interno. En su barómetro de julio, desestimado por el PSOE al no recoger los efectos de la renovación ni el 86 % de los delegados que respaldó la nueva ejecutiva, el CIS sitúa Podemos en el tecer lugar de los partidos españoles, con una estimación de voto que duplica la de IU+ICV y queda a solo seis puntos del PSOE y a quince del PP. Para traducirlo en diputados, las elecciones tendrían que ser ahora. Pero el medido tacticismo de Pablo Iglesias busca el crecimiento y no arriesga lo contrario. Todo apunta a un vuelco significativo del poder polìtico en el ámbito local y, a finales de 2015, el estatal. El análisis socialista de las pasadas europeas detecta en el trasvase a Podemos la mayor parte de sus pérdidas en las europeas del pasado 25 de mayo. El «encuentro con los indignados» podría ser un guiño al pacto para restituir la mayoría de progreso. El mismo barómetro da un porcentaje idéntico al bloque de derecha (consevadores+democrisiaos+liberales) y al de izquierda no extrema (progresistas+socialdemócratas+socialistas). Romper el paralelo de esas tendencias exigirá pactos que en estos momentos no son previsibles. Los alineamientos bajo banderas con opciones de poder se producen en vísperas de las urnas. Desterrar el bipartidismo por atomización sería malo para el paìs, pero transformarlo sin monolitismos se ajustaría mucho mejor al criterio de la realidad. La sociedad española ha sufrido y sufre mucho con las polìticas anticrisis y sus ramificaciones interminables. La voluntad de cambio se generaliza y espera soluciones nuevas que a día de hoy parecen viables por agregaciones progresistas, no por crecimiento de los conservadores.